La Habana vuelve a ser escenario de una historia dolorosa que desnuda la indiferencia del régimen frente a la vida de sus ciudadanos. Doraiky Águila Vázquez lleva más de seis meses desaparecida, y aunque su familia no se rinde en la búsqueda, la realidad es que las autoridades no han movido un dedo para esclarecer su paradero.
El caso lo volvió a poner sobre la mesa el periodista oficialista Miguel Reyes, pero fue la madre de Doraiky, Maura Vázquez, quien amplificó la alerta. Según explicó, su hija podría estar siendo víctima de un secuestro disfrazado de relación amorosa, aprovechando su vulnerabilidad y su condición de salud.
“Doraiky tiene un estado mental especial, y cualquiera sin escrúpulos puede tenerla retenida bajo engaños, haciéndose pasar por esposo”, advirtió Reyes en un mensaje que la familia compartió en redes sociales.
La mujer de 48 años fue vista por última vez el 15 de marzo, cuando salió de madrugada de su casa en Lawton y nunca más regresó. Desde entonces, familiares y amigos no han parado de lanzar llamados en internet, alertando que Doraiky sufre de pérdidas de memoria transitorias, algo que la hace aún más frágil ante personas malintencionadas.
Mientras los vecinos y activistas se organizan por su cuenta para reorientar la búsqueda, el aparato represivo del régimen mantiene un silencio absoluto. No hay reportes oficiales de investigaciones, ni avances, ni siquiera declaraciones públicas. Esa ausencia de respuesta es, en sí misma, otra forma de abandono.
La última vez que fue vista, llevaba un vestido amarillo ancho y sandalias negras con franja roja. Sus allegados han pedido que, de ser reconocida, la gente le tome una foto y contacte de inmediato con ellos. Su vivienda, en Pocitos 939 entre 18 y 19, Lawton, sigue siendo el centro de operaciones de una madre que no pierde la fe y que cada día clama por noticias.
Lo que sí crece con el paso de los días es el temor de que Doraiky esté retenida contra su voluntad. Su vulnerabilidad y el hecho de que esté indocumentada la convierten en blanco fácil de quienes se aprovechan de la falta de protección y de un Estado que, en vez de cuidar a los más indefensos, prefiere mirar hacia otro lado.
Una vez más, la dictadura demuestra que la seguridad del pueblo no es prioridad. Para Doraiky y su familia, cada jornada que pasa sin respuestas es una herida abierta, un recordatorio del abandono en el que el régimen deja a sus ciudadanos más frágiles.