Lo que parecía un episodio sacado de una película del viejo oeste se vivió en Holguín, cuando un grupo de más de diez hombres armados, algunos a caballo y con los rostros tapados, atacó una cooperativa en Cacocum. Los delincuentes, entre los que estaba un prófugo de la justicia, sembraron el terror y se llevaron casi 60 reses, dejando a los trabajadores y vecinos en total estado de shock.
El asalto ocurrió en la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) de Limoncito. Según los testimonios compartidos en redes, los bandidos actuaron con frialdad y organización: redujeron a guardias y empleados, a quienes incluso secuestraron temporalmente antes de soltarlos varios kilómetros más allá. Aunque fueron liberados sin daños físicos, el trauma psicológico ha sido enorme.
La página de Facebook “Cazador Cazado”, vinculada al propio MININT, reconoció que el ataque puso en jaque a las autoridades locales. A toda prisa montaron un operativo y lograron detener a siete implicados, todos con un largo historial delictivo. En el grupo figuraban Yosvani Pérez, Erisbel Peña, Saidin Gómez, Mariano Rivero, Rafael Arias, Robersi Lahera (alias “El Bechi”) y Alberto Almarales, todos provenientes del municipio Urbano Noris.
En medio del despliegue policial recuperaron poco más de 20 vacas, además de herramientas y restos de animales sacrificados que dejaban claro el destino de la carne: alimentar el mercado negro que prolifera ante el hambre generalizada.
Pero este caso no termina aquí. Las investigaciones apuntan a una red mucho más amplia, con delincuentes aún prófugos y ramificaciones en varias zonas rurales. Para los campesinos, nada de esto es sorpresa. La violencia en los campos cubanos se ha disparado en los últimos años, y los robos de ganado y cultivos son ya parte de la rutina.
El trasfondo es evidente: la crisis económica y alimentaria que asfixia a la Isla, combinada con un aparato policial más interesado en reprimir opositores que en proteger al pueblo, ha convertido al campo cubano en tierra de nadie. El régimen se vanagloria de supuestas capturas, pero la realidad es que la delincuencia crece más rápido que las respuestas oficiales.
Lo ocurrido en Holguín desnuda un contraste brutal. Mientras la dictadura repite su discurso de “paz social y tranquilidad ciudadana”, en los barrios y cooperativas la gente vive con miedo a que de un momento a otro les caigan encima bandas armadas y arrasen con lo poco que tienen.
Este asalto en Cacocum no es un hecho aislado. Es una muestra más del colapso de la seguridad en Cuba y de la incapacidad del régimen para garantizar siquiera lo básico: que el pueblo pueda dormir tranquilo sin temor a que le roben lo que con tanto esfuerzo levanta.