El régimen cubano volvió a sacar las garras en Gibara, Holguín, donde este domingo comenzaron las primeras detenciones contra vecinos que se manifestaron pacíficamente en la madrugada del 14 de septiembre. La chispa fue lo mismo de siempre: más de 24 horas seguidas sin electricidad, un apagón eterno que colmó la paciencia de la gente.
En redes sociales ya circulan videos donde se ve a las patrullas de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) dando vueltas por los barrios, deteniendo a quienes participaron en el cacerolazo. En las imágenes, compartidas por el periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada, se escucha claramente la indignación de los vecinos y se aprecia cómo los agentes convierten las calles en un verdadero terreno de persecución. Activistas lo describieron como una “cacería gubernamental”.
Lo curioso es que, horas antes, la secretaria del Partido Comunista en Gibara, Nayla Marieta Leyva Rodríguez, había salido en Facebook con su discurso azucarado, asegurando que todo había transcurrido en un “ambiente de respeto y diálogo”, e invitando a la gente a “confiar en la tremenda Revolución que tenemos”. Puro teatro.
La prensa oficial tampoco se quedó atrás con su versión edulcorada. El canal local Gibaravisión dijo que la población regresó “tranquila” a sus casas después de conversar con las autoridades. Pero los videos del despliegue policial y los arrestos dejan claro que esa historia es un invento más de la maquinaria propagandística.
La protesta en Gibara no fue un hecho aislado. Llegó en medio del creciente hartazgo nacional por los apagones interminables que afectan a todo el país. El 10 de septiembre, la salida de la termoeléctrica Antonio Guiteras provocó el quinto apagón nacional en menos de un año, dejando a millones de cubanos a oscuras. La gente ya no aguanta más, y la calle empieza a hablar con fuerza.
Todavía no se sabe cuántos detenidos hay ni qué castigo les espera, pero lo que está claro es que el régimen repite su viejo libreto: primero prometen diálogo, después sueltan la represión. Gibara se suma a la larga lista de municipios donde la paciencia popular se enfrenta de lleno con el aparato represivo.
Mientras la dictadura insiste en vender la imagen de normalidad, la realidad es que la isla entera vive entre penurias, incertidumbre y miedo. Y cada cacerolazo que suena, cada grito en la oscuridad, demuestra que la gente ya no cree en el cuento de “la tremenda Revolución”.