Los apagones en Cuba dejaron de ser simples cortes de electricidad hace rato. Hoy son un problema de salud pública, una pesadilla que mantiene a millones de cubanos al borde del colapso físico y emocional.
Con temperaturas que pasan los 35 grados, falta de agua, enjambres de mosquitos y un sistema de salud sin medicinas, el pueblo vive en un estado de angustia permanente, mientras el régimen sigue con la misma cantaleta de promesas vacías y sin soluciones de fondo.
Angustia en cada casa
Un reportaje de EFE recogió la voz de Julia, una paciente oncológica de La Habana, que quedó atrapada en medio del quinto apagón nacional en menos de un año. Cuando se fue la corriente, lo primero que pensó no fue en la comida, sino en el refrigerador donde guarda los medicamentos que necesita para seguir viva.
“Temo que se dañen mis medicinas, temo por la comida, pero sobre todo temo por mi vida”, confesó con el dolor de quien sabe que depende de un sistema en ruinas. Su testimonio no es un caso aislado, sino el espejo de miles de familias cubanas que cada noche se enfrentan a la oscuridad con el corazón en la garganta.
Salud mental al borde del colapso
Expertos advierten que la incertidumbre constante de no saber cuándo volverá la luz está disparando la ansiedad, el estrés y la depresión en la isla. La psicóloga social Yadira Albet señala que este ciclo interminable de apagones “desgasta a la gente hasta el punto de enfermarla”.
La socióloga Elaine Acosta va aún más lejos y afirma que en Cuba ya se vive una “epidemia de salud mental”, producto del hambre, la falta de medicamentos y la imposibilidad de recibir atención psiquiátrica adecuada. Lo que antes era un simple malestar ahora se traduce en depresión crónica, ataques de ira, miedo constante y un desánimo que se respira en cada esquina.
Infancia marcada por miedo y hambre
Si los adultos sufren, los niños cargan un peso todavía más cruel. El Food Monitor Program ha documentado testimonios de pequeños que crecen con miedo a la oscuridad, con hambre a medianoche y con el cuerpo agotado de no poder dormir entre el calor sofocante y los mosquitos.
Una madre de Bayamo resumió la tragedia en una frase sencilla: “Mi hijo llora toda la noche por el calor y los mosquitos, y al final me quedo llorando yo también porque no puedo hacer nada”.
A todo esto se suma el riesgo de epidemias. Sin electricidad para bombear agua o mantener encendidos los equipos repelentes, los mosquitos se multiplican y con ellos enfermedades como el dengue y el Oropouche. Tampoco hay frío para conservar los alimentos, lo que dispara los casos de intoxicaciones y problemas digestivos.
Entre protestar o escapar
Frente a esta oscuridad literal y figurada, muchos cubanos solo ven dos caminos: salir a protestar o emigrar. Pero la mayoría no tiene ni recursos para huir ni garantías de poder expresarse en la calle sin terminar golpeados o presos. El miedo paraliza, y el régimen lo sabe.
Un país apagado
Los apagones en Cuba son algo más que cortes de luz: son la radiografía de un modelo político fracasado, incapaz de garantizar lo más básico. Cada noche sin corriente se convierte en una metáfora de lo que vive la isla: desesperanza, precariedad y un pueblo que sobrevive entre sombras, mientras los de arriba siguen jugando con el futuro del país.
