La cervecería Bucanero S.A. acaba de desempolvar un nombre viejo para intentar venderlo como novedad: la marca Cabeza de Lobo regresa al mercado cubano, ahora presentada como una cerveza ligera y “moderna”. El régimen lo vende como un logro de la “industria nacional”, pero en realidad es otro intento desesperado por tapar el hueco que han dejado las marcas extranjeras, cada vez más buscadas por los cubanos.
El movimiento responde a un estudio interno que detectó la demanda de una cerveza “más barata” y de producción local. Según el director general, Erick Williams Abreu, el objetivo es ofrecer “un producto ciento por ciento cubano, con precios atractivos”. Pero todos sabemos lo que significa en Cuba la palabra “atractivo”: lo anuncian, lo celebran en la prensa oficialista y, cuando vas a buscarlo, no aparece en ninguna parte.
Esta nueva versión de Cabeza de Lobo no tiene nada que ver con aquella cerveza negra popular en los años 60. Ahora la venden como clara, ligera y con un toquecito frutal y floral. La maestra cervecera Odette Montes de Oca se encargó de ponerle el barniz técnico al asunto, describiendo los aromas como si se tratara de un producto gourmet, cuando la realidad es que el pueblo lo que quiere es una cerveza que exista y se pueda comprar sin colas interminables ni precios inflados en la calle.
El régimen promete que la distribución será “nacional y constante”. Bucanero asegura que este mismo mes estará en supermercados y tiendas, y que no faltará en los puntos de venta. Promesa que suena a cuento chino para un pueblo que lleva años escuchando lo mismo. No es casual que una consumidora en Santiago de Cuba dijera con ironía: “Anuncian la cerveza y nunca aparece en ningún lado”. Esa frase sola retrata la desconfianza generalizada.
Desde el área de marketing, Yainelis Calero Pérez insiste en que la estrategia está pensada en tres ejes: precio bajo, presencia asegurada y el respaldo de las otras marcas de la empresa. El discurso suena bonito, pero el cubano de a pie está cansado de las consignas y quiere hechos, no promesas vacías.