En Bayamo, provincia de Granma, la policía atrapó a un hombre que intentó pasarse de listo con una historia mal armada: denunció un robo de carro de renta que, en realidad, él mismo había vendido en Las Tunas.
El sujeto, natural de Matanzas, apareció ante las autoridades contando el cuento de que había dejado el auto estacionado, con las llaves puestas, porque tuvo que bajarse “de apuro” a hacer sus necesidades, y que justo en ese momento alguien se lo llevó. La novela parecía digna de una telenovela barata, pero la policía no se tragó el cuento.
El investigador encargado del caso descubrió que el supuesto robo nunca existió. El vehículo ya estaba en manos de un comprador tunero, que lo había adquirido de manera ilegal por más de un millón de pesos. La mentira se derrumbó enseguida, el carro fue recuperado y el estafador terminó tras las rejas.
En Bayamo, la noticia corrió como pólvora. Los vecinos no tardaron en soltar la guasa, burlándose del intento fallido del hombre por “pasarle gato por liebre” a la policía.
Este episodio llega en un momento en que la delincuencia en Cuba está desbordada. Los robos y asaltos se multiplican en las calles, dejando a la gente cada vez más insegura y desprotegida. Mientras el régimen sigue entretenido en discursos vacíos y propaganda, la criminalidad avanza sin freno.
Un ejemplo reciente lo dio el artista cubano Mucho Mosty, quien denunció en agosto haber sido víctima de un atraco en pleno centro de La Habana. Según contó, salió un rato para el bulevar y, cuando regresó, se encontró con los cristales de su carro destrozados y el vehículo completamente vacío.
El cantante explicó que le robaron pertenencias personales y equipos de trabajo, incluidos accesorios de filmación de su director de video. El monto de lo perdido, calculó, pasaba fácilmente de los 700 dólares.
Historias como estas se repiten cada vez más en la isla, y aunque la prensa oficial intenta maquillar la realidad con reportes de “casos resueltos”, lo cierto es que la inseguridad crece al mismo ritmo que la crisis económica. En un país donde sobrevivir se ha vuelto una carrera de obstáculos, el delito se convierte en otra cara del desastre que viven los cubanos día tras día.
