El régimen cubano despidió este miércoles al viceprimer ministro Ricardo Cabrisas, con una ceremonia fúnebre en la sede del Consejo de Ministros, el mismo lugar donde este hombre pasó décadas siendo una de las piezas más útiles para mantener a flote las finanzas de la dictadura.
El acto estuvo marcado por la presencia del gobernante Miguel Díaz-Canel, el primer ministro Manuel Marrero y toda la plana mayor del Partido Comunista. Como toque simbólico, Raúl Castro mandó una ofrenda floral, dejando claro que Cabrisas fue parte del círculo de confianza de la élite castrista hasta el último minuto. Afuera, también llamó la atención una larga fila de personas esperando para entrar, en una escena cuidadosamente presentada por los medios oficialistas como una muestra de “respeto popular”.
Según la propia cuenta de la Presidencia en X, todo se desarrolló en un ambiente “solemne”, con un guion que resaltaba la supuesta vida “dedicada a la Revolución”. La narrativa de siempre: ocultar la realidad detrás de frases huecas.
El hombre de los tratos oscuros
Cabrisas falleció el martes a los 88 años, dejando tras de sí un legado que los medios del régimen pintan como “honorable”, pero que en la práctica estuvo ligado a la dependencia económica de Cuba de gobiernos extranjeros y a las negociaciones de deudas que hipotecaron el futuro del país.
Durante su extensa carrera, ocupó puestos claves: ministro de Comercio Exterior entre 1980 y 2000, vicepresidente del Consejo de Ministros entre 2008 y 2019, y en varios momentos fungió como ministro de Economía y Planificación. En 2019 lo nombraron viceprimer ministro, cargo que sostuvo hasta su fallecimiento.
Incluso después de haber sido relevado como ministro de Comercio Exterior en 2024, el gobierno volvió a echar mano de él en enero pasado para renegociar con el Club de París, buscando oxígeno financiero para una economía que hace agua por todas partes. Una muestra clara de cómo, pese a su edad, seguía siendo un recurso imprescindible para maquillar el desastre económico del castrismo.
Fiel al Partido y al poder
Cabrisas fue militante disciplinado del Partido Comunista, miembro del Comité Central y diputado en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Siempre al servicio del aparato, participó en decenas de comisiones intergubernamentales y era considerado un interlocutor confiable para aquellos gobiernos que decidieron apuntalar al régimen cubano en momentos de crisis.
Su estilo era discreto y de bajo perfil mediático, pero detrás de bambalinas era el hombre de los números, el que negociaba préstamos, canjes y deudas para estirar un sistema económico inviable que solo se sostiene con crédito externo y sacrificio del pueblo.
El silencio y la propaganda
Díaz-Canel anunció su muerte en X con las típicas palabras vacías de la propaganda oficial, describiéndolo como un “hombre ejemplar”. Lo presentó como símbolo de lealtad y sacrificio, pero, como es costumbre, el régimen no ofreció detalles sobre las causas de su fallecimiento.
En vez de transparencia, lo que hubo fue otro espectáculo político para enaltecer a un funcionario que dedicó su vida a apuntalar la maquinaria de control económico de la dictadura. El funeral en el Consejo de Ministros fue más que un homenaje: fue un recordatorio de cómo el castrismo premia la obediencia ciega y el servicio a la causa, incluso a costa del sufrimiento de millones de cubanos.
Con la muerte de Cabrisas, la cúpula despide a uno de sus negociadores más longevos y fieles, un hombre que durante más de medio siglo movió hilos en la sombra para mantener en pie a un sistema que, sin esas maniobras financieras, ya se habría derrumbado hace rato.