En medio del caos energético que mantiene a Cuba a oscuras noche tras noche, el régimen ha decidido desempolvar a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), esa estructura de chivatería vecinal cada vez más en decadencia, para convertirlos en un muro de contención contra las protestas populares.
Durante el acto por el 65 aniversario de los CDR en Guane, Pinar del Río, las autoridades llamaron a transformar cada puesto de vigilancia en un “batallón de defensa y combatividad”, con el objetivo de frenar las manifestaciones contra el socialismo y proteger al tambaleante proyecto de la dictadura.
Según la prensa oficialista, el evento estuvo presidido por Gerardo Hernández Nordelo, espía condenado en Estados Unidos y hoy convertido en Coordinador Nacional de los CDR. Desde allí, las consignas apuntaron a lo de siempre: pedir sacrificios y exigir lealtad en un país donde la paciencia se agotó hace rato.
Uno de los dirigentes reconoció que “el escenario de hoy es complejo” y pidió actuar “diferente”, movilizando al pueblo para respaldar las medidas del gobierno y sostener la llamada “obra revolucionaria”. Lo que no dijeron es que esa “obra” no se sostiene con discursos, sino con pan, electricidad y libertades, cosas que brillan por su ausencia.
En la práctica, este llamado desesperado busca resucitar el control social a través de una organización que ya casi nadie respeta. En la mayoría de los barrios, los CDR son un cascarón vacío: ni se hacen guardias, ni se pagan cuotas, ni la gente se presta para delatar al vecino como en los tiempos más oscuros del castrismo.
La realidad es que el malestar en las calles no deja de crecer. En La Habana Vieja, los vecinos han denunciado en redes sociales las condiciones infrahumanas que padecen: apagones interminables, falta de gas, escasez de agua y comida. El grito que se repite es claro: “¡Pa’ la calle todo el mundo!”, un desahogo que refleja el hartazgo generalizado.
La chispa se enciende en cualquier rincón del país. En Gibara, Holguín, un apagón de más de 24 horas terminó con gente gritando “¡Libertad!” en plena calle. En Bayamo, al menos 16 personas enfrentan cargos por protestar exigiendo que les devolvieran la corriente. La respuesta oficial ha sido la de siempre: represión, arrestos y miedo como única receta para gobernar.
Por eso el régimen insiste en reactivar a los CDR, usando a Hernández Nordelo como vocero de la resistencia ficticia. El exespía declaró que el reto es demostrar que “se puede resistir”, palabras huecas que contrastan con una organización que pierde militancia y credibilidad a pasos agigantados.
La dictadura quiere revivir a los CDR como herramienta de vigilancia, pero la realidad es otra: el pueblo perdió el miedo y ya no hay chivato de barrio que apague el descontento de millones.