Un hombre de Jagüey Grande, en Matanzas, enfrenta un proceso judicial por tráfico de drogas y podría pasar siete años tras las rejas, si los jueces responden al pedido de la Fiscalía cuando dicten sentencia en octubre.
El caso, ventilado en la Sala Primera de lo Penal del Tribunal Provincial, fue reseñado con bombos y platillos por el periódico oficialista Girón, que se cuidó de no revelar la identidad del acusado, aunque sí se encargó de recalcar la “mano dura” del Estado contra el delito.
El matancero, sin antecedentes penales, reconoció su participación en la compraventa de drogas, principalmente cannabinoides sintéticos conocidos en la calle como químico o papelillo. Según la versión oficial, obtenía la mercancía de un contacto que viajaba a La Habana y luego revendía las dosis en Torriente y Jagüey, sacando un margen de apenas 50 pesos por cada una.
Las autoridades lo señalan de merodear por el parque contiguo al ServiCupet de Jagüey Grande, donde ofrecía la sustancia a jóvenes. En su arresto, el 22 de marzo, la policía asegura haberle decomisado envoltorios con picadura vegetal y fragmentos de papel impregnados en drogas sintéticas, además de otros paquetes similares encontrados después en su casa.
La Fiscalía lo acusó de delitos vinculados a sustancias ilícitas, amparándose en el artículo 235 del Código Penal, y pidió siete años de cárcel, junto con la privación de derechos y la prohibición de salir del país. La sentencia será notificada el 16 de octubre.
En su nota, Girón insistió en que el juicio “se desarrolló con todas las garantías constitucionales” y aprovechó para repetir el discurso trillado de la “tolerancia cero a las drogas” en Cuba.
Pero la realidad pinta un cuadro muy distinto. El tráfico y consumo de drogas sintéticas en la Isla se ha disparado, a pesar de los castigos ejemplarizantes y la represión. El propio MININT reconoció hace poco que más de 1,500 personas han sido arrestadas en operativos, que se incautaron 81 kilos de narcóticos, miles de plantas y semillas, y que incluso desarticularon redes que operaban desde el Aeropuerto Internacional José Martí.
Todo esto evidencia una contradicción brutal: mientras el régimen vende la imagen de un país blindado ante las drogas, el mercado clandestino crece a sus narices. Y como en tantas otras áreas, la represión no resuelve el problema de fondo, solo lo esconde bajo la alfombra hasta que revienta.
En Jagüey Grande, la historia de este hombre no solo revela el drama del narcotráfico en la Isla, sino también la incapacidad de un sistema que prefiere exhibir juicios públicos para hacer propaganda, en lugar de reconocer que la crisis social y económica está empujando a muchos cubanos a sobrevivir de cualquier manera, incluso metiéndose en negocios peligrosos.