Miguel Díaz-Canel apareció este viernes en plan de “inspector” recorriendo las termoeléctricas del Mariel, en Artemisa, y de Santa Cruz del Norte, en Mayabeque. La movida no es casual: los apagones ya tienen al país de punta y la credibilidad del régimen anda en números rojos. La gira fue presentada como un impulso a la recuperación del Sistema Electroenergético Nacional (SEN), pero la realidad es que los parches que aplican no alcanzan para sostener un sistema viejo, destartalado y sin inversiones serias.
En la central Máximo Gómez, en Mariel, le contaron que la unidad 5 está a punto de sincronizarse con 65 megawatts, mientras otras dos unidades generan 94 y 60. El director de la planta, Roberto Pigueiras, se encargó de mostrarle los mantenimientos y las piezas recicladas “hechas en casa”, como si eso fuera suficiente para sacar adelante una maquinaria obsoleta.
Díaz-Canel insistió en que “todo el país tiene que ponerse en función del SEN”, y habló de atender a los trabajadores con alimentos, aseo, médicos y salarios que, según dijo, superan los 22 mil pesos. Claro, ese número suena grande, pero en la calle ese dinero se evapora como agua entre los dedos.
Después, el mandatario se movió a la termoeléctrica Ernesto Guevara, en Santa Cruz del Norte. Allí le informaron que la unidad 2 está en mantenimiento capital y que, si todo sale bien, se sincronizará el 30 de octubre con 85 megawatts. Las otras dos unidades siguen trabajando a media máquina, con 55 y 48, pero tendrán que parar pronto para limpiezas. Todo un círculo vicioso que refleja el colapso estructural del sistema.
Los directivos de ambas plantas hablaron del éxodo de técnicos especializados, un problema que intentan frenar con aumentos salariales, transporte, comida y aseo. A pesar de eso, cada día más trabajadores abandonan el sector, porque la realidad es que nadie quiere seguir remendando un sistema al borde del colapso.
Como era de esperar, Díaz-Canel intentó sacar pecho diciendo que confía en “la respuesta” de los trabajadores y soltó la típica muela de que “con el esfuerzo de todos vamos a salir de la situación actual”. La escena fue completada por el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, y el director de la Unión Eléctrica, Alfredo López, los mismos que repiten promesas sin fechas ni soluciones concretas.
Lo cierto es que el déficit eléctrico sigue creciendo. La UNE informó que en el pico nocturno del jueves el hueco en la generación alcanzó los 1,826 megawatts. Para este viernes la demanda nacional rondaría los 3,450 MW, pero apenas había disponible 1,760 MW. La cuenta no da y las familias cubanas lo pagan con apagones de más de 20 horas en varias provincias.
En paralelo, Díaz-Canel y Manuel Marrero montaron otra videoconferencia desde el Palacio de la Revolución. Reconocieron que la crisis eléctrica y de agua potable es seria, pero repitieron el mismo guion: “sí vamos a salir adelante” y “estamos proyectando futuro”. Palabras bonitas para justificar lo injustificable.
El gobernante incluso pidió “perfeccionar la programación eléctrica” para repartir los apagones con más “equidad”, reconociendo que hay provincias a oscuras más de 30 horas seguidas mientras La Habana se protege. Y como si eso no bastara, decidieron liberar a los delegados de circunscripción de sus trabajos para que anden por los barrios “atendiendo al pueblo”. En buen cubano: más control político y propaganda para intentar frenar las protestas que se multiplican.
Ni con visitas de Díaz-Canel a las termoeléctricas ni con muela callejera de los delegados se resuelve lo que en esencia es un sistema eléctrico desbaratado por décadas de abandono y corrupción. La única verdad visible es que el país está en un apagón prolongado, mientras el régimen insiste en vender humo y ganar tiempo.