La reciente convocatoria laboral lanzada por Granada para contratar albañiles y carpinteros cubanos ha desatado una verdadera avalancha de solicitudes. La propuesta, publicada en Instagram por la Embajada de ese país caribeño, ofrece un salario semanal de 200 dólares durante un año, una cifra que contrasta brutalmente con los míseros 16 dólares al mes que, en promedio, paga el régimen en la Isla.
La demanda ha sido tan grande que la propia sede diplomática reconoció que “no dan abasto para responder” y pidió a los interesados revisar los requisitos publicados en sus historias y enviar su aplicación por correo electrónico. Y no es para menos: en medio de la crisis económica, una oferta así suena como una tabla de salvación.
El programa contempla beneficios que en Cuba parecen ciencia ficción: alojamiento, transporte y boletos de ida y vuelta pagados por Granada, además de cubrir trámites y permisos laborales. Se exige un nivel básico de inglés para facilitar la comunicación en el trabajo, y de manera preferente —aunque no obligatoria— experiencia en acabados para albañiles y habilidades en montaje y fabricación de estructuras de madera para carpinteros.
Las entrevistas se realizarán en la Embajada de Granada en La Habana, en Miramar, entre este jueves y el próximo, lo que ha provocado que miles de cubanos ya estén haciendo planes para probar suerte.
Este tipo de convocatorias no solo ponen en evidencia la desesperación del pueblo cubano por salir adelante, sino también el cinismo del régimen que, incapaz de garantizar salarios dignos ni condiciones laborales básicas, ve cómo sus ciudadanos se agolpan en embajadas extranjeras para conseguir empleos que les permitan simplemente vivir con un poco de dignidad.
Las relaciones diplomáticas entre Cuba y Granada datan de 1979, en tiempos del gobierno de Maurice Bishop. En aquel entonces, La Habana envió cientos de cubanos al país vecino bajo el disfraz de “obreros de la construcción” y “técnicos”, aunque muchos eran militares encubiertos. Ese capítulo se hizo más evidente tras la invasión estadounidense de 1983, cuando se descubrió que buena parte de esos supuestos trabajadores eran en realidad tropas de apoyo al régimen granadino.
Los medios oficiales de la Isla siguen repitiendo la historia de que los cubanos “se inmolaron envueltos en la bandera”, pero lo cierto es que la mayoría fueron apresados y el propio coronel Pedro Tortoló Comás, jefe de las tropas, terminó pidiendo asilo en la embajada soviética junto a otros oficiales.
Hoy, cuatro décadas después, la historia parece repetirse con otro guion. Miles de cubanos siguen saliendo como “obreros de la construcción”, pero esta vez no enviados por el régimen, sino escapando de él. La ironía es clara: lo que antes fue manipulado como “internacionalismo” ahora se convierte en una estampida laboral provocada por la miseria que el castrismo ha sembrado en la Isla.