La vejez en Cuba se ha convertido en una condena más que en un derecho. Así lo demuestra el testimonio de un jubilado cubano que, en una breve entrevista difundida por el Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH), contó la dura rutina que enfrenta cada día para sobrevivir en la isla.
El hombre describió una realidad que se repite en miles de hogares: “Voy al cajero y no hay dinero. Entonces, ¿qué hago? Compro algo en la calle y lo revendo, aunque sea para conseguir un boniato o un poco de arroz. Cualquier cosa para no pasar hambre”.
Lo que debería ser una etapa de descanso, se ha convertido en una lucha desesperada contra el hambre y la miseria. La jubilación en Cuba ya no garantiza dignidad, sino un pulso diario contra la escasez.
A todo esto se suman los apagones, que agravan la situación. “No se puede ni cocinar. Hay que hacerlo con leña o con lo que aparezca. A veces una vez al día, y otras veces pasamos días enteros sin comer”, confesó el anciano, reflejando un drama compartido por millones en la isla.
En un país que envejece aceleradamente, la inflación descontrolada y el derrumbe de los servicios públicos han convertido la tercera edad en un infierno de vulnerabilidad. Muchos mayores están solos, sin apoyo familiar y sin acceso a remesas, porque la migración masiva dejó vacías las casas y los barrios.
El régimen, en un intento por lavarse la cara, anunció un aumento de la pensión mínima hasta 4,000 CUP. Pero en la realidad, ese dinero no alcanza ni para un cartón de huevos. En el mercado informal del dólar, esa pensión no llega a 10 dólares, mientras un cubano necesita al menos 30,000 CUP para alimentarse de manera básica.
Hasta el propio Salvador Valdés Mesa tuvo que reconocer que “con un salario medio de 6,000 CUP no se vive”. Si eso es cierto para los trabajadores activos, para los jubilados es directamente una sentencia a la indigencia.
No es un caso aislado. Hace poco, en Ciego de Ávila, un anciano de 83 años confesó frente a una cámara que llevaba días sin comer y que sobrevivía “del aire”. Su súplica por “un pedacito de pan” se volvió viral en redes. Semanas después, incluso un periodista oficialista, Roberto Pérez Betancourt, Premio Nacional de Periodismo José Martí, se atrevió a denunciar en Facebook que a sus 85 años vivía sin agua potable, rodeado de dengue y sin saber si podría cocinar al día siguiente. “Nunca imaginé mi vejez así”, escribió.
Estos relatos, sumados a los que llegan desde Matanzas, Holguín, Santiago o La Habana, pintan un cuadro devastador: ancianos pescando jaibas para comer, recogiendo latas, rebuscando en la basura o durmiendo en casas sin luz ni agua. Mientras tanto, la propaganda oficial sigue repitiendo que “nadie quedará desamparado”.