El canciller del régimen cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, aterrizó este sábado en Nueva York para cumplir con una agenda que, como de costumbre, mezcla propaganda con victimismo. El funcionario sostuvo encuentros con un grupo reducido de cubanos residentes en Estados Unidos y con médicos norteamericanos graduados en la isla, en un intento de vender la imagen de que La Habana mantiene un “diálogo” con su diáspora y sigue exportando “solidaridad”.
En la sede de la Misión Permanente de Cuba ante la ONU, Rodríguez Parrilla reunió a un centenar de cubanos “residentes en todo el territorio estadounidense”. Según la Cancillería, la cita fue para “debatir y trabajar juntos por la soberanía y el bienestar de la Patria”. Palabras que suenan bonitas en el papel, pero que chocan de frente con la realidad: el régimen nunca escucha a los miles de exiliados que reclaman libertad y democracia, y mucho menos a quienes han tenido que huir por la represión.
El propio canciller aseguró que “Cuba siempre defenderá los derechos y la dignidad de los cubanos en el exterior”. Sin embargo, las fotos del encuentro cuentan otra historia: solo se ve a Rodríguez Parrilla hablando, pero ninguno de los asistentes aparece retratado. Un detalle que no sorprende, pues el régimen suele montar estos escenarios a puerta cerrada para controlar la narrativa y exhibir solo lo que le conviene.
Al día siguiente, el funcionario se reunió con egresados estadounidenses de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), a quienes presentó como un “orgullo” de la solidaridad entre Cuba y Estados Unidos. En redes sociales escribió que los exhortó a mantener su “vocación humanista”, otra frase de manual repetida una y otra vez para enmascarar el carácter político de esas becas.
El viaje de Rodríguez Parrilla coincide con su participación en el segmento de alto nivel de la Asamblea General de la ONU, donde previsiblemente repetirá el guion de siempre: culpar al embargo de todos los males de Cuba, mientras oculta la crisis interna generada por décadas de mala gestión y corrupción.
De hecho, esta misma semana ya había dado titulares en La Habana tras asegurar que, si no existiera el embargo, el PIB de Cuba habría crecido un 9,2% en 2024. Según él, dos meses de sanciones equivalen a pérdidas de 1.600 millones de dólares, “lo mismo que cuesta el combustible para satisfacer la demanda eléctrica del país”. Y en su aritmética mágica, apenas 12 días de embargo representarían 250 millones en pérdidas, una cifra que comparó con el presupuesto anual del Sistema Electroenergético Nacional.
El problema es que estos números no se sostienen ni con alfileres. El propio gobierno reconoció que la economía cubana cayó un 1,1% en 2024, muy lejos del 3% que habían proyectado. Es decir, mientras el canciller culpa al embargo, las cifras oficiales confirman que el país está en recesión por razones internas: improductividad, falta de inversiones, colapso energético y un modelo económico que no funciona.
