En Cuba ya estamos acostumbrados a que los problemas se escondan debajo de la alfombra, pero esta vez ni eso fue posible. El propio ministro de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), Armando Rodríguez Batista, salió en Facebook a reconocer lo evidente: “esa basura no está contenida: está regada por toda La Habana”.
Sí, lo dijo un alto funcionario, y con eso puso sobre la mesa lo que los habaneros sufren a diario: montañas de desechos que se acumulan en cada esquina, zanja y solar de la ciudad. Y cuando llueve, el desastre es mayor: todo flota, se mezcla con el lodo y se convierte en un cóctel peligroso para la salud y el ambiente.
Rodríguez Batista describió la escena como si hablara de un apocalipsis urbano: los desechos pegados a las aceras, flotando en el agua y conviviendo “con la vida”. Y es que la basura en La Habana no es solo fea o molesta, es un riesgo múltiple: sanitario, ambiental, social y hasta espiritual, como él mismo lo definió.
El ministro reconoció que no basta con mandar camiones ni poner más contenedores. Lo que hace falta, según él, es un cambio estructural donde todos participen: desde las comunidades hasta las instituciones. Incluso lanzó la idea de convertir a La Habana en un “laboratorio vivo de reciclaje”. Suena bonito, pero mientras tanto, los vecinos siguen rodeados de desperdicios y malos olores.
La realidad es mucho más dura de lo que dice el discurso. En Centro Habana, por ejemplo, un edificio en ruinas en Belascoaín y San Miguel ya no parece ruina, sino vertedero improvisado. Y lo peor: amenaza con sepultar a los que pasan por ahí. Ni los hospitales se salvan. Hace poco circularon videos del Hermanos Ameijeiras, el hospital más importante del país, rodeado de un basurero gigante. Activistas lo llamaron “incubadora de patógenos” a cielo abierto.
En Mayabeque y Holguín también se han visto escenas alarmantes: contenedores desbordados junto a salas de maternidad y pediatría. ¿Te imaginas el riesgo para recién nacidos y madres expuestas a esas condiciones?
Las lluvias solo empeoran la situación. Hace unas semanas, torrenciales aguaceros arrastraron la basura por todo el Vedado y Centro Habana. Contenedores flotaban como si fueran balsas, mientras las aguas contaminadas se metían en portales y casas. Todo esto en medio de un apagón general, porque en Cuba nunca viene un problema solo.
En un país donde los funcionarios suelen minimizarlo todo, las palabras del ministro son una confesión rara, casi un acto de sinceridad. Pero mientras llegan las soluciones mágicas, La Habana sigue hundida entre escombros, basura e improvisación. Y la pregunta que queda flotando es: ¿cuánto tiempo más podrá la ciudad resistir este colapso sanitario?