El régimen cubano volvió a sacar su libreto de siempre: amenazas, discursos y propaganda, tras el asesinato del capitán de la PNR Leonel Mesa Rodríguez, ocurrido en la madrugada del viernes en la carretera entre Remedios y Caibarién, en Villa Clara.
El primer ministro Manuel Marrero Cruz aseguró en redes sociales que sobre el acusado “caerá todo el peso de la justicia revolucionaria”, como si esas palabras mágicas resolvieran el vacío de un sistema donde la violencia y la inseguridad crecen a la par de la miseria.
A su vez, el coordinador nacional de los CDR, el exespía Gerardo Hernández Nordelo, repitió la misma línea oficial: el crimen “no quedará impune”. Frases hechas, viejas consignas que el pueblo ya escucha con escepticismo, porque cuando se trata de ciudadanos comunes asesinados, olvidados o golpeados en protestas, la “justicia revolucionaria” suele brillar por su ausencia.
Un crimen brutal en Villa Clara
Según la versión del propio MININT, el oficial de 62 años fue encontrado muerto en el consejo popular La Reforma, junto a su moto de trabajo. El parte oficial confirmó que tenía seis heridas de arma blanca y un disparo en la cabeza, lo que apunta a un ataque directo.
Vecinos de la zona ya habían comentado horas antes que el cuerpo estaba tirado en un área conocida como La Cabaña, con claras señales de violencia y sin su pistola reglamentaria. Esa misma arma fue encontrada después en manos del detenido, según la policía, que aseguró haber capturado al sospechoso en Remedios. Sin embargo, hasta ahora no han revelado su identidad, detalle que alimenta las dudas y rumores en una población acostumbrada a la opacidad estatal.
El velorio y la propaganda oficial
El sábado, Mesa fue sepultado en su natal Taguasco, Sancti Spíritus, con ceremonia militar y rodeado de altos mandos del MININT. El ministro del ramo, Lázaro Alberto Álvarez Casas, encabezó la despedida junto a cuadros del Partido como Suseli Morfa y Delvy Pérez Martín. No faltaron, por supuesto, las coronas enviadas por Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, gestos simbólicos que buscan reforzar la narrativa de “unidad revolucionaria”.
Pero el despliegue no terminó ahí. El régimen organizó actos de “reafirmación revolucionaria” en varias provincias, repitiendo la idea de que este crimen recibirá “la condena unánime del pueblo” y “la respuesta de las leyes revolucionarias”. Todo el aparato propagandístico se activó de inmediato, usando la tragedia como vitrina política.
Un contraste doloroso
Lo que más indigna es la diferencia de trato. Cuando la víctima es un oficial, se organiza un funeral con honores, discursos, flores y promesas de justicia. Pero cuando el muerto es un cubano de a pie, asesinado en un asalto, en un derrumbe o abandonado a su suerte en un hospital sin recursos, el silencio oficial es la respuesta.
El caso del capitán Mesa refleja no solo un crimen atroz, sino también la manera en que la dictadura administra el dolor: instrumentalizando la muerte para sostener su discurso, mientras la mayoría del pueblo sigue viviendo en la más absoluta desprotección.
