El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acaba de lanzar una jugada que apunta directo al corazón de los regímenes más cuestionados del continente. Según un documento oficial filtrado al Congreso y obtenido por Reuters, Washington destinará 400 millones de dólares para enfrentar a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, catalogadas como “marxistas y antiestadounidenses” en la notificación enviada el pasado 12 de septiembre.
Este fondo especial forma parte de una redistribución más amplia de 1.800 millones de dólares en ayuda exterior, un movimiento alineado con la política America First que Trump retomó con fuerza tras iniciar su segundo mandato en enero de 2025. La estrategia no se queda solo en América Latina: también incluye recursos para iniciativas energéticas en Ucrania y proyectos en Groenlandia.
El documento subraya que los intereses de seguridad nacional de EE.UU. dependen de frenar la expansión de estos regímenes autoritarios y de garantizar que los fondos se utilicen para fortalecer la seguridad, la prosperidad y la influencia estadounidense en la región. En el caso de Cuba, el impacto llega en un momento especialmente crítico: la isla enfrenta un colapso económico sin precedentes, una ciudadanía cada vez más inconforme y un aislamiento internacional que crece a pasos acelerados.
Trump ha dejado claro que su enfoque rompe con la vieja diplomacia del “poder blando”. Desde su regreso a la Casa Blanca, desmanteló la USAID, despidió a miles de empleados y aplicó recortes drásticos a programas humanitarios tradicionales. La apuesta ahora es distinta: priorizar el comercio, la inversión y la presión política directa sobre gobiernos que Washington considera hostiles.
La portavoz del Departamento de Estado lo resumió con un mensaje contundente: “Estados Unidos priorizará el comercio sobre la ayuda, la oportunidad sobre la dependencia y la inversión sobre la asistencia”. Por supuesto, la medida no ha pasado sin polémica. En el Congreso, la senadora demócrata Jeanne Shaheen criticó el plan, acusándolo de desviar fondos con fines políticos y de ignorar la autoridad legislativa.
En cambio, el secretario de Estado Marco Rubio defendió con firmeza la estrategia de Trump: “Estamos dejando atrás el asistencialismo para enfocarnos en empoderar a los países y en su desarrollo sostenible”, dijo en julio, cuando se oficializó la absorción de la USAID por el Departamento de Estado.
Más allá de las pugnas internas en Washington, lo cierto es que La Habana recibe esta noticia como una bofetada en plena cara. El régimen cubano, ya tambaleante por la falta de divisas, la represión creciente y la pérdida de apoyo internacional, se enfrenta ahora a una presión externa mucho más organizada. Y aunque el gobierno intente vender resistencia, la realidad es que cada nuevo movimiento de este tipo evidencia lo mismo: la era de impunidad y complacencia con la dictadura cubana está llegando a su fin.