En medio de la peor crisis económica en décadas, cuando el cubano de a pie no sabe ya cómo estirar el salario para comer, Miguel Díaz-Canel volvió a soltar frases huecas que ni de lejos resuelven la inflación desbocada.
Durante una visita a la finca Consuelo, en Alquízar, Artemisa, el gobernante soltó una de esas ideas simplonas que ya se han vuelto su marca personal: “Si tenemos comida por la libre, obligatoriamente bajan los precios”. Como si el desastre no tuviera nada que ver con los controles estatales, el desabastecimiento crónico y la falta de insumos que su propio régimen ha provocado.
El show de siempre
Díaz-Canel recorrió apenas 0.20 hectáreas de boniato y 0.60 de plátano, presentadas como ejemplo de “lo que debe multiplicarse” en todo el país. Una escena montada, con dirigentes del PCC de teloneros, para aparentar que el Gobierno se preocupa por el campo. Pero lo cierto es que unas cuantas matas de plátano no van a resolver el hambre de once millones de cubanos.
El libreto es el mismo: se resaltan casos aislados como si fueran modelos a imitar, mientras se ignora lo esencial. El problema no es la falta de voluntad del campesino, sino un sistema económico que asfixia la producción con trabas burocráticas, impuestos absurdos y falta total de recursos.
Topes, multas y más represión
El discurso de Díaz-Canel coincidió con la última “inspección” del Ministerio de Finanzas y Precios en Alquízar, donde las autoridades celebraron haber detectado una simple pizarra de precios desactualizada. En ese mismo municipio, un punto de venta fue multado con 11,000 pesos por supuestas irregularidades.
El Gobierno sigue con su obsesión de perseguir a los vendedores y sancionar al más débil, en lugar de garantizar que haya comida suficiente en los mercados. Así, las multas se convierten en castigos ejemplarizantes que no resuelven nada: los productos siguen escasos, los precios suben cada semana y el peso cubano pierde valor a pasos agigantados.
El reconocimiento de su propio fracaso
Lo más contradictorio es que el mismo Díaz-Canel ha tenido que admitir lo que todos saben. En julio, reconoció ante el Parlamento que Cuba no genera ingresos ni para importar materias primas básicas, y que la gestión del Gobierno se reduce a “redistribuir escasez”.
También confesó que el país carece de divisas para sostener un mercado cambiario y que la raíz de la crisis está en la incapacidad de generar riqueza. Pero en vez de anunciar un cambio real, insiste en discursos reciclados sobre controlar precios, “evitar abusos” y culpar al vendedor particular.
En marzo de 2024 ya había adelantado que “los precios seguirán altos” por los problemas estructurales de oferta y demanda. Eso sí, pidió más verificaciones, como si los inspectores pudieran tapar con multas el desastre económico que su gobierno ha creado.
Más de lo mismo
Al final, el panorama es claro: Díaz-Canel no ofrece soluciones, solo frases vacías y promesas sin respaldo. La inflación, el desabastecimiento y la miseria no son producto de la especulación ni de la “mala pizarra” de un vendedor, sino del fracaso de un modelo que solo sabe reprimir y controlar.
El pueblo lo sabe y lo vive en carne propia: mientras el régimen juega a las visitas “ejemplares”, la mesa del cubano sigue vacía y el dinero cada vez alcanza menos.