La propia ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, terminó admitiendo lo que todo cubano sufre a diario: en la isla cada vez se maltrata más al consumidor. Sus palabras, dichas en la televisión nacional, no sorprenden a nadie, pero dejan al desnudo el fracaso rotundo del modelo socialista en el comercio y los servicios.
Según la funcionaria, el problema no es la escasez de productos, sino la “mala calidad en la atención”. Como si fuera cuestión de sonrisa o mala cara, cuando en realidad el pueblo se enfrenta a una combinación explosiva de precios por las nubes, mala calidad y una oferta ridícula que no cubre ni lo básico.
Díaz Velázquez habló en medio de la presentación de otro de esos diplomados que el régimen vende como “soluciones mágicas” para perfeccionar la dirección empresarial. Más cursos, más teorías, más papeles… y menos comida en la mesa del cubano.
En su discurso, hasta llegó a responsabilizar a los propios trabajadores, insinuando que muchos creen que el cliente debe aceptar lo que haya. Un argumento que suena a burla cuando todos saben que el sistema entero está diseñado para ofrecer lo mínimo y cobrarlo como si fuera un lujo.
La ministra reconoció además que áreas claves como la gastronomía popular y la atención a las familias están en franco retroceso. Nada nuevo bajo el sol: décadas de promesas incumplidas, balances vacíos y reformas que solo sirven para llenar titulares.
El show del “eterno aprendizaje” de los dirigentes
No es la primera vez que Betsy Díaz mete la pata con sus ocurrencias. En marzo, durante una visita a Guantánamo, lanzó ideas tan absurdas que se volvieron virales. Habló de reanimar el comercio estatal con “música del ayer” para atraer a los abuelos, y hasta propuso que a los estudiantes les pusieran “un líquido y un bufecito” como gancho, ignorando que la mayoría ni transporte ni dinero tienen para darse ese “lujo”.
Pero lo que más indignó fue su frase casi grotesca: “Les ponemos la música adecuada, vienen escépticos, repiten y después se les dice: Oye, no es 200 pesos, papi, dame mil, porque aquello se pone bueno”.
Para un pueblo que pasa el día entero buscando cómo resolver un poco de comida, medicamentos o transporte, esa broma fue una bofetada. La ministra no hizo más que confirmar la desconexión total de la élite con la realidad del cubano de a pie.