Los altos mandos del régimen cubano no tardaron en convertir la muerte del capitán de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), Leonel Mesa Rodríguez, en un acto de propaganda política. El oficial, asesinado el pasado 19 de septiembre en Caibarién, Villa Clara, fue presentado como “héroe” en ceremonias de reafirmación revolucionaria organizadas a lo largo de la isla.
En un reportaje transmitido por Canal Caribe, portavoces del Ministerio del Interior (MININT) insistieron en que el crimen “no fue en vano” y que su figura quedará como símbolo de continuidad. Uno de los militares llegó a declarar que “su legado seguirá presente”, palabras que forman parte del guion con el que el castrismo intenta glorificar la tragedia.
Las ceremonias reunieron a dirigentes del Partido Comunista, autoridades provinciales y organizaciones de masas, en un espectáculo cuidadosamente montado para transformar el asesinato en una bandera de unidad entre el pueblo y las fuerzas represivas. Nada más lejos de la realidad: la violencia que cobró la vida del capitán ocurre en un país cada vez más marcado por la inseguridad y la desesperanza.
Mesa Rodríguez, de 62 años, fue encontrado muerto con seis puñaladas y un disparo en la cabeza en la carretera que conecta Remedios con Caibarién. La Fiscalía General identificó como presunto autor a Nectzary Morales Gálvez, actualmente bajo prisión provisional mientras continúa la investigación.
El régimen, en lugar de reconocer el clima de creciente violencia, se aferró a lo de siempre: funerales oficiales, homenajes militares y discursos vacíos. Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel enviaron coronas de flores para reforzar el tono épico de la narrativa, mientras los medios estatales vendieron la imagen de un “héroe caído en el cumplimiento del deber”.
Detrás de toda esa parafernalia no hay un verdadero sentimiento de duelo popular, sino concentraciones obligatorias, organizadas para mostrar una supuesta cohesión política en medio de la crisis. La gente, sin más remedio que asistir, observa cómo se intenta manipular la tragedia para tapar la crudeza del presente: una Cuba sumida en la violencia, la inflación y el abandono.