Si creías haberlo visto todo en redes sociales, Sandro Castro acaba de superarlo. El nieto del dictador Fidel Castro volvió a convertir en motivo de risa la miseria cotidiana que millones de cubanos enfrentan con la libreta de abastecimiento.
En un reciente reel publicado en su cuenta de Instagram, Sandro apareció caracterizado como su personaje Vampirach, colgándose la libreta al cuello como si fuera un accesorio de lujo. Con sarcasmo, bautizó al documento como “el diario de un vampiro”, una burla directa a lo que para la mayoría es un símbolo de hambre y escasez.
Pero el espectáculo no terminó ahí. Para completar la escena, el “bitongo provocador” mostró un calzoncillo rojo estampado con un perro Santa Claus, al que llama “Barbatruco”, uno de los apodos que popularmente se usan para referirse a su abuelo, el hombre que instauró el racionamiento en Cuba hace más de seis décadas.
El contraste es demoledor. Mientras millones de cubanos dependen de ese cuaderno para recibir medio kilo de arroz, una libra de azúcar o un pan duro, Sandro lo convierte en objeto de parodia. Para quienes hacen cola bajo el sol, discuten con los bodegueros o buscan estirar cada gramo de lo asignado, ver a un descendiente de los Castro reírse así es como un bofetón.
Desde 1962, la libreta ha sido sinónimo de miseria repartida con cuentagotas. Arroz con gorgojos, pan mal fermentado, aceite adulterado y azúcar que nunca alcanza; esos son los alimentos que muchos cubanos conocen demasiado bien. Para Sandro, en cambio, la libreta es un “prop” para su show digital, sin colas, sin esperas, sin angustia familiar.
El reel lo muestra como un joven blindado por privilegios, riéndose de lo que para otros es un tormento diario. Mientras una madre calcula cómo estirar dos libras de arroz para tres hijos, él se pasea con la libreta colgada al cuello y hace bromas de “Barbatruco”. Las redes sociales de Sandro están llenas de ostentación: autos de lujo, fiestas, canciones mediocres, pero esta vez la provocación toca lo político y lo social de manera grotesca.
La ironía es tan cruel que duele: el documento que garantiza un mínimo de alimentos se transforma en objeto de burla, y quien lo ridiculiza es el heredero de quien lo impuso. Es un recordatorio brutal del abismo entre quienes viven con escasez y quienes pueden permitirse reírse de ella sin consecuencias.