El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel reapareció este fin de semana en Mayabeque con su acostumbrada gira propagandística, donde una vez más señaló con el dedo a los campesinos como responsables de la escasez de alimentos en Cuba.
En un video compartido en X, el mandatario soltó otra de sus frases de manual: “Siempre que visitamos buenas experiencias reflexionamos sobre cómo hacer mejor las cosas: ¿Por qué unos rompen la inercia y otros no, si la adversidad desafía a todos por igual?”. Las imágenes mostraban su recorrido por fincas “modelo” con producciones de frutabomba, cerdos y cultivos que el régimen exhibe como vitrinas, mientras la mayoría del campo cubano sobrevive sin recursos, sin insumos y bajo el control asfixiante del Estado.
El discurso repetido de la culpa ajena
No es la primera vez que Díaz-Canel sermonea a los campesinos. En mayo, durante el congreso de la ANAP, volvió a machacar con la idea de que “hay mucha tierra por cultivar”, como si los productores tuvieran las manos libres para sembrar sin trabas. Ni una palabra sobre los verdaderos problemas: los precios inflados de los insumos, la falta de autonomía para comercializar, la burocracia eterna y las absurdas prohibiciones impuestas por su propio gobierno.
El mandatario reconoció que en etapas anteriores el país contó con recursos que se desperdiciaron sin lograr eficiencia, pero convenientemente evitó asumir responsabilidad alguna. En su boca, todo queda en promesas y consignas, mientras el campo sigue atado al modelo centralizado que lo condena a la improductividad.
Frases simplonas para tapar el desastre
La semana pasada, en otro de sus recorridos teatrales, Díaz-Canel volvió a hacer el ridículo con una de esas ideas que parecen sacadas de un libro de economía para niños. Frente a un grupo de campesinos en Artemisa soltó: “Si tenemos comida por la libre, obligatoriamente bajan los precios”.
Una simplificación burda que ignora el verdadero drama: el desabastecimiento crónico, la falta de fertilizantes, semillas y combustible, la escasez de mano de obra y los controles estatales que asfixian cualquier intento de producir.
Durante esa visita apenas recorrió unas décimas de hectárea de boniato y plátano cultivadas por un productor local, presentadas como “ejemplo a seguir”. El gobernante insistió en que experiencias como esa deben multiplicarse en todo el país, como si un par de parcelas fueran la solución mágica al hambre de millones de cubanos.
El campo cubano sigue preso del Estado
La estrategia del régimen es clara: culpar siempre al campesino y nunca al sistema. Mientras tanto, la realidad en los mercados habla sola: precios por las nubes, anaqueles vacíos y una población que lucha a diario por encontrar algo que poner en la mesa.
Los discursos de Díaz-Canel no son más que un circo de consignas, mientras el campo cubano sigue sin libertad, sin inversión y sin futuro. La verdadera inercia no está en los campesinos, sino en un gobierno que se niega a soltar el control y dejar que la tierra produzca para los cubanos y no para las estadísticas propagandísticas.