El exespía cubano Gerardo Hernández Nordelo, hoy coordinador nacional de los tristemente célebres Comités de Defensa de la Revolución (CDR), apareció en Facebook bailando casino en plena fiesta cederista en Ciego de Ávila. Todo esto mientras la isla entera sufre apagones interminables, escasez de comida y un malestar social que crece cada día.
En el video se ve un grupo en rueda de casino, con Hernández en el centro, celebrando de cara al próximo aniversario 65 de los CDR, que se conmemorará el 28 de septiembre. Con su típico tonito burlón, el exagente del régimen le habla a la cámara y suelta: “Esto es con inteligencia artificial, en Cuba no hay CDR. Odiadores, no sufran”.
La frase cayó como gasolina en las redes. Para muchos cubanos, ese mensaje fue una burla descarada en medio del desastre nacional, una especie de choteo oficialista mientras la mayoría sobrevive en penumbras, haciendo colas eternas para un pedazo de pan o rezando porque regrese la corriente.
Un aparato de control en ruinas
Los CDR nacieron como el proyecto de Fidel Castro para convertir cada cuadra en un sistema de espionaje y vigilancia vecinal. Durante décadas sirvieron como “ojos y oídos de la Revolución”, alentando la delación y sembrando el miedo. Pero hoy, lo que queda de esa maquinaria es poco más que un cascarón vacío. En muchos barrios ya no hay guardias nocturnas, nadie paga cotización y lo que queda es una militancia envejecida, sin energía ni credibilidad.
El propio Hernández lo sabe y por eso anda desesperado por revivir un cadáver político. A inicios de septiembre lanzó un plan de actividades para “revitalizar” los CDR, convencido de que hay que demostrar que “somos útiles, que estamos en el barrio”. Entre sus propuestas, la más absurda es la campaña de las “100 tareas por el centenario de Fidel Castro”, otro intento de mantener vivo a un dictador muerto mientras el país se derrumba.
Del casino al chivatazo
Lo que no muestran los videos de fiesta es la otra cara de los CDR: su rol de herramienta represiva en momentos de crisis. Apenas unas semanas atrás, en un acto en Pinar del Río, se orientó transformar cada destacamento de vigilancia en un “batallón de defensa y combatividad” para sofocar las protestas por la crisis energética.
El discurso oficial insiste en que “nadie que se considere revolucionario puede vivir en una cuadra donde el CDR no funcione”, pero la realidad es otra: barrios enteros atrapados en apagones de más de 24 horas, vecinos gritando “¡Libertad!”, arrestos exprés y juicios sumarios contra los que se atreven a protestar.
Un país apagado y una dirigencia de circo
Las reacciones al show de Gerardo Hernández no se hicieron esperar. Una cubana desde Matanzas lo resumió claro: “Aquí en Carbonera, donde estuvo Gerardo, no dejaron ni un hueso para hacer caldosa y estamos en apagón todo el día… qué manera de fingir que todo funciona cuando Cuba se cae a pedazos”.
Otros fueron más directos y sin filtro: “Pongan la corriente”, reclamaron, mientras se reían de la obsesión del régimen por las redes sociales. “¿De verdad alguien cree que a Facebook le importa la celebración de los CDR? ¡Coño, sean serios!”, ironizó un usuario.
La incredulidad es general. Muchos cubanos apuntaron que ese debe ser el único CDR del país que está de fiesta, porque la mayoría anda pendiente de si llega el agua o si regresa la electricidad.
La distancia entre la propaganda oficial y la vida real es cada vez más grotesca. Mientras los jerarcas del régimen bailan casino y celebran a los CDR como si fueran un triunfo, el pueblo sigue atrapado en la oscuridad, con hambre, con miedo y con una certeza que crece: la Revolución ya no engaña a nadie y sus “fiestas” no tapan la ruina que vive Cuba.
