La noche del 23 de septiembre, la Terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana tuvo que ser cerrada de golpe por la rotura de una tubería de agua que convirtió el área de chequeo migratorio en una piscina improvisada. El caos obligó a desviar vuelos de aerolíneas como Conviasa, Copa Airlines y Neos hacia la Terminal 2, mientras los pasajeros lidiaban con la desorganización de siempre.
Un video en TikTok dejó al descubierto la magnitud del desastre, mostrando cómo el agua corría sin control en plena zona de operaciones. Una vez más, la vitrina turística que el castrismo vende como “la puerta de entrada al país” quedó retratada como lo que es: una ruina maquillada.
El comunicado oficial publicado en Facebook intentó maquillar la situación, asegurando que brigadas técnicas trabajaron sin descanso y que a las 3:00 de la madrugada ya todo estaba “resuelto”. Ni una palabra sobre los daños reales ni sobre si otras áreas resultaron afectadas. Como siempre, la transparencia brilla por su ausencia.
Un aeropuerto en picada
Este episodio no es un hecho aislado, sino otra muestra del abandono crónico de la infraestructura cubana bajo el régimen. El 3 de septiembre, un apagón dejó a cientos de viajeros a oscuras en la zona de embarque, sin información ni asistencia. Apenas un par de semanas antes, el 14 de agosto, circularon imágenes de lluvia colándose por el techo mientras los pasajeros esperaban en fila.
El 10 de septiembre, medios independientes confirmaron que la terminal seguía funcionando a medias, parchando con lo que quedaba y dependiendo de equipos obsoletos. Ni aire acondicionado estable, ni escáneres en condiciones, ni piezas de repuesto para los sistemas básicos.
La Terminal 3, la más importante del país, recibe la mayor parte de los vuelos internacionales. Y, sin embargo, su estado refleja el desastre general de la economía cubana: instalaciones críticas colapsando y un gobierno incapaz de garantizar lo mínimo, ni para los que entran ni para los que salen del país.
Una vez más, queda claro que el llamado “aeropuerto internacional” no es más que un símbolo de la decadencia del castrismo. El mundo ve lo que el régimen intenta esconder: un país que se cae a pedazos mientras sus dirigentes siguen viviendo a cuerpo de rey.