El brutal asesinato de Yamila Zayas, una joven madre de Jagüey Grande, Matanzas, ha estremecido a toda la comunidad de Torriente y ha vuelto a poner sobre la mesa la tragedia creciente de los feminicidios en Cuba. La mujer perdió la vida tras recibir múltiples puñaladas que, según vecinos, le habría propinado su propia pareja en un ataque marcado por los celos.
El crimen no solo arrebató la vida de Yamila, sino que dejó a tres niñas huérfanas y a un barrio entero hundido en el dolor. Familiares y vecinos exigen que se haga justicia, temiendo que este caso termine, como tantos otros, en la impunidad que caracteriza al sistema cubano cuando se trata de violencia de género.
La noticia fue confirmada por el medio independiente La Tijera y se suma a un escenario alarmante. En apenas las últimas semanas, colectivos como el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT) y la plataforma Yo Sí Te Creo en Cuba (YSTCC) verificaron tres feminicidios más en Holguín y Matanzas. Con estos hechos, la cifra de mujeres asesinadas en lo que va de 2025 asciende a 30, un número que desnuda la magnitud de la violencia contra las mujeres en la isla.
Mientras tanto, el régimen continúa de brazos cruzados. No existe en Cuba una ley integral contra la violencia de género, pese a que activistas feministas y organizaciones ciudadanas llevan más de una década reclamándola. El silencio oficial es tan evidente como doloroso, sobre todo cuando son los observatorios independientes, acosados y vigilados, los que cargan con la responsabilidad de documentar y visibilizar estas tragedias.
El feminicidio de Yamila expone, una vez más, cómo la ausencia de respuestas estatales y la falta de mecanismos de protección convierten cada caso en una herida abierta para toda la sociedad. En Torriente, la comunidad exige justicia y acompañamiento para las hijas de la víctima, pero la experiencia demuestra que la respuesta institucional siempre llega tarde o no llega nunca.
Los especialistas insisten en que los feminicidios no son hechos aislados ni simples “crímenes pasionales”, como intenta maquillarlos la propaganda oficial. Son el reflejo de una estructura social marcada por la desigualdad, la impunidad y un Estado incapaz de proteger a las mujeres.