La crisis energética en Cuba sigue apretando a los cubanos, y como siempre, el régimen saca de la manga “soluciones ingeniosas” que en realidad no son más que nuevas formas de meter la cuchara en la vida privada de la gente. Ahora le tocó el turno a las plantas eléctricas particulares, ese salvavidas que muchos han tenido que buscar para sobrevivir a los apagones interminables.
Desde este miércoles arrancó en Puerto Padre, Las Tunas, un censo obligatorio de generadores de combustión interna. El proceso se está llevando a cabo en la Oficina de Auditoría local, en la mismísima calle Lenin, en horario de oficina. Como si fuera un trámite cualquiera, pero con la sombra de la burocracia cubana que siempre complica hasta lo más sencillo.
Según la versión oficial, los dueños de las plantas tienen que llevar el carné de identidad, los papeles del equipo y, por supuesto, la famosa libreta de abastecimiento. De milagro no piden que cargues la planta en la espalda para registrarla también. Todo esto, dicen, para decidir quién podrá comprar combustible a través de la plataforma digital Ticket, que será la única vía para alimentar esos equipos en medio de la escasez.
Un mecanismo idéntico ya se está aplicando en la capital provincial, y la idea es expandirlo poco a poco. La justificación oficial es que así se organiza mejor la venta de gasolina, pero en la práctica significa más control sobre los pocos recursos que quedan en manos de los ciudadanos.
Lo cierto es que los apagones en Cuba no paran de crecer, y la gente se las ingenia como puede para no vivir a oscuras. Las plantas privadas han sido un escape, pero ahora también caen bajo el ojo vigilante del Estado. Esto no es nuevo: en La Habana ya habían hecho censos parecidos, siempre con la misma excusa de “regular” quién tiene derecho a un poquito de combustible.
El recuerdo de 2022 todavía está fresco, cuando la corporación CIMEX limitó la venta de gasolina para los generadores. Eso obligó a miles de cubanos a calarse colas interminables en las gasolineras. En Holguín, la escena era grotesca: familias enteras llevando sus plantas hasta el servicentro, como si fueran carretillas, en busca de unas gotas de combustible.
Mientras tanto, la isla sigue a oscuras. El sistema eléctrico estatal no aguanta y las familias dependen de sus plantas para cocinar, iluminar la casa o simplemente poder dormir con un ventilador. En vez de dar soluciones reales, el régimen se dedica a inventar nuevas trabas, demostrando que su prioridad no es resolver la crisis, sino mantener el control hasta del último litro de gasolina.