El castrismo volvió a quedar en evidencia. Esta vez, la propia empresa estatal Tabacuba tuvo que admitir lo que por años se venía denunciando: los famosos puros habanos se fabrican también en las cárceles cubanas, usando mano de obra esclava de los presos.
La confesión salió en un comunicado tras la publicación de un demoledor informe de Prisoners Defenders, una ONG con sede en Madrid que reveló cómo decenas de reclusos trabajan en condiciones inhumanas para sostener una de las industrias más lucrativas de la dictadura.
Según el informe, en la prisión de Quivicán, al menos 40 presos se desempeñan como torcedores, bajo la supervisión de dos civiles. Pero no se trata de un empleo digno: los reos trabajan hasta 14 horas diarias, seis días a la semana, por apenas 3,000 pesos al mes, mientras que un civil en la misma faena cobra diez veces más.
Cada prisionero debe liar entre 50 y 130 tabacos al día, producción que alimenta directamente el mercado internacional. Y no es un caso aislado. La ONG asegura que el mismo patrón se repite en cárceles de Artemisa, Mayarí, Bayamo, La Habana, Santiago de Cuba y Villa Clara.
Un sistema de explotación disfrazado de “capacitación”
Prisoners Defenders calcula que entre 400 y 500 presos están metidos de lleno en la producción de tabacos, dentro de un esquema más amplio de explotación penitenciaria que afecta a unas 60 mil personas, obligadas a trabajar en industrias que van desde el carbón de marabú hasta la agricultura.
Cuando la denuncia salió a la luz, la reacción de Halfwheel —medio especializado en tabaco— fue preguntar directamente a Habanos S.A. y a Tabacuba. La respuesta del régimen fue la típica justificación cínica: “el objetivo es capacitar a los reclusos para su reinserción laboral”.
El comunicado oficial aseguró que el trabajo es voluntario, que los presos reciben “incentivos” y que la producción en esas cárceles es solo “simbólica”. Pero la propia admisión de que los reos fabrican habanos deja sin piso la versión oficial de que se trata de simples entrenamientos.
Y para colmo, los números desmontan la mentira: el informe calcula que 11,6 millones de tabacos al año podrían salir de las cárceles, lo que equivale a un 7,5 % de la producción nacional. ¿Simbólico? Más bien un negocio redondo a costa del sudor de los presos.
Racismo, abusos y violencia en las cárceles
El documento de Prisoners Defenders también expone un lado aún más oscuro: dentro del sistema penitenciario cubano impera la discriminación racial. Los presos afrodescendientes, que representan un 34 % de la población pero un 58 % de los encarcelados, son los más castigados y enviados con mayor frecuencia a los trabajos más duros, mientras que los blancos reciben labores menos pesadas.
A esto se suman abusos físicos, amenazas, violencia sexual contra reclusas y represalias para quienes se niegan a trabajar, como la suspensión de visitas familiares o la pérdida de beneficios de libertad condicional.
La presión internacional aumenta
El escándalo no ha pasado desapercibido fuera de la Isla. Canadá ya pidió investigar las importaciones de habanos cubanos bajo sospecha de trabajo forzado, en línea con sus políticas contra la esclavitud moderna. Y en Europa, donde el tabaco y el carbón de marabú cubanos tienen un mercado fuerte, las presiones para exigir transparencia en el origen de estos productos siguen creciendo.
El lujo manchado de sufrimiento
Lo cierto es que el comunicado de Tabacuba terminó confirmando lo que el régimen siempre intentó esconder: los habanos de lujo que se venden en Europa y América llevan detrás la marca invisible del sufrimiento y la explotación en las cárceles cubanas.
Mientras el castrismo se llena la boca hablando de “patrimonio cultural” y exhibe los puros como símbolo de orgullo nacional, en realidad está comerciando con el dolor de su propio pueblo, usando a los presos como mano de obra cautiva en un negocio millonario que solo beneficia a la élite en el poder.