El régimen cubano volvió a sacar su cara más represiva. Miguel Díaz-Canel, jefe del Partido Comunista y gobernante de facto, encabezó este viernes una reunión de emergencia en La Habana tras las fuertes protestas y cacerolazos que estremecieron la capital la noche anterior. La cita, plagada de ministros, jefes militares y cuadros del Buró Político, dejó claro que la respuesta del régimen será más control y mano dura, no soluciones reales para el pueblo.
El encuentro, celebrado en el Comité Provincial del PCC, giró en torno a las quejas que ya desbordan las redes y las calles: apagones interminables, montones de basura y escasez de agua. Problemas que, lejos de resolverse, han encendido la indignación popular y dejado en evidencia la total incapacidad del Gobierno.
Díaz-Canel prometió formar “equipos de trabajo” con autoridades locales y las llamadas “organizaciones de masas” para atender las demandas vecinales. Pero su jugada más inmediata fue movilizar tropas y fuerzas del Ministerio del Interior (Minint), reforzando así la militarización de la capital. En lugar de agua o luz, el régimen manda patrullas y uniformes.
A la reunión asistieron figuras clave del aparato represivo: el primer ministro Manuel Marrero Cruz, el ministro de las FAR Álvaro López Miera, y otros pesos pesados del Partido. Todos reunidos bajo una consigna no escrita, pero evidente: cerrar filas ante el estallido social y sofocar el descontento antes de que se expanda.
Mientras tanto, el Gobierno insiste en que las comunidades deben “asumir un rol activo” bajo la guía de sus organizaciones oficialistas, intentando maquillar la crisis con su retórica habitual sobre “unidad y resistencia”.
Pero la realidad en la calle va por otro camino. El jueves 2 de octubre, vecinos de Centro Habana salieron a golpear cazuelas, gritar “¡Libertad!” y encender fogatas en plena calle. Algunas intersecciones fueron bloqueadas por completo, incluso con la participación de menores, hastiados del abandono.
Ese día, La Habana vivió uno de los apagones más largos en meses, con cortes eléctricos de más de 12 horas, mientras los refrigeradores se descongelaban, los mosquitos invadían las casas y el agua brillaba por su ausencia. El hartazgo es total, y el pueblo lo sabe: los responsables están en el poder.
A esto se suma el desastre sanitario que ya nadie puede ocultar. El propio ministro del CITMA, Armando Rodríguez Batista, tuvo que reconocer que “la basura está regada por toda La Habana”, una admisión que dice mucho del colapso ambiental que sufre la ciudad.
Incluso periodistas oficialistas como Ana Teresa Badía se han atrevido a soltar verdades incómodas. En sus redes escribió que “La Habana huele a basura” y denunció la “indolencia institucional galopante” que carcome al país. “No culpemos solo al bloqueo”, dijo, “hay cosas como la empatía, el trabajo y el respeto por los ciudadanos que no dependen de ningún bloqueo”.
Hace apenas unas semanas, fuertes lluvias convirtieron calles de Centro Habana, Diez de Octubre y el Vedado en auténticos ríos de desperdicios. Contenedores flotaban, las aguas sucias se metían en los portales, y la ciudad se sumía en la oscuridad total.
Lo que vive La Habana hoy no es solo una crisis de servicios, es el reflejo de un sistema podrido, incapaz de garantizar lo más básico. Un Gobierno que, ante el reclamo legítimo del pueblo, solo responde con represión, discursos vacíos y la misma vieja excusa del “bloqueo”.