Mientras La Habana se sumía en la oscuridad por un apagón masivo, el Hotel Capri, en pleno Vedado, celebraba una fiesta con música a todo volumen que dejó a los vecinos más que indignados. La diferencia entre lo que viven los ciudadanos y lo que disfrutan unos pocos volvió a encender las redes sociales.
Un video compartido en el grupo de Facebook “El Vedado de hoy” muestra cómo, pasada la medianoche, la piscina del hotel estaba iluminada y repleta de música y baile, mientras las calles aledañas permanecían totalmente a oscuras. La escena se volvió viral por el contraste brutal: alegría para unos, y preocupación y malestar para la mayoría.
Los vecinos no tardaron en manifestar su frustración. Muchos denunciaron que el ruido era insoportable dentro de sus casas, afectando el descanso de ancianos, niños y trabajadores. Una residente escribió: “El derecho al descanso debe ser sagrado y no es justo que el disfrute de 30 o 40 personas sea el malestar de cientos”.
Otros comentarios resaltaron la desigualdad: “Alegría para unos —turistas o privilegiados— y tristeza inmensa para otros, la más sufrida”. Otra usuaria no tuvo dudas: “Nunca he visto un gobierno que desprecie tanto a su pueblo”. La escena del Capri se convirtió así en un símbolo de la crisis cubana: mientras la mayoría sufre apagones, algunos disfrutan sin restricciones.
El Ministerio de Turismo no tardó en reaccionar, publicando un comunicado para asegurar a los visitantes extranjeros que sus instalaciones no se verían afectadas. “La mayoría de nuestros hoteles y servicios turísticos disponen de generadores eléctricos y recursos necesarios para operar con normalidad”, señalaron el 10 de septiembre en Facebook. Esto, lejos de calmar a la población, volvió a evidenciar la brecha entre la protección del turismo y el sufrimiento cotidiano de los cubanos.
La prioridad al sector turístico, incluso en medio de apagones que ya superan las 12 horas en la capital, resulta incomprensible cuando la ciudad enfrenta pérdidas de alimentos, interrupciones de servicios básicos y la incertidumbre sobre la estabilidad del sistema eléctrico. No es la primera vez que se evidencia esta política: en junio, el ministro de Turismo Juan Carlos García Granda justificó que los hoteles cuentan con generadores propios para proteger la “imagen del país” ante la crisis energética.
La noche del 2 de octubre, tras uno de los días más críticos de cortes eléctricos, vecinos de Centro Habana salieron a las calles con cacerolazos, consignas de “¡Libertad!” y fogatas improvisadas, bloqueando intersecciones de manera pacífica, incluso con la participación de menores. La protesta no solo reflejó la frustración por la luz, sino también por la crisis del agua: barrios completos llevan más de un mes sin servicio, obligando a pagar pipas privadas a precios exagerados.
Entre luces, música y apagones, la noche del Capri se convirtió en el símbolo más claro de la desigualdad en Cuba, un recordatorio de que mientras unos bailan, otros sufren.