El régimen cubano volvió a recurrir al viejo teatro político para tapar lo que ya no puede esconder: La Habana está hundida en basura. Este sábado, el gobierno lanzó una supuesta “jornada de saneamiento” y movilizó a reclutas, policías y trabajadores estatales para aparentar que algo se hace frente a la crisis de recolección de desechos que ahoga a la capital.
Las imágenes que circularon en redes sociales parecían salidas de una película posguerra: jóvenes uniformados, paleando basura entre ruinas y charcos pestilentes, mientras los funcionarios del Partido posaban para la cámara con sonrisas forzadas.
Según una publicación de la Asamblea Municipal del Poder Popular de Centro Habana, “las organizaciones políticas y de masas” se unieron al trabajo voluntario junto a los soldados del Servicio Militar. En tono de manual propagandístico, el texto resaltó que los muchachos llegaron “llenos de energía y compromiso para transformar el entorno”. Nada más alejado de la realidad.
Detrás de esa puesta en escena, la ciudad sigue colapsada. Hasta el propio ministro de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, Armando Rodríguez Batista, tuvo que admitir públicamente la magnitud del desastre. En un post de Facebook reconoció que “esa basura no está contenida, está regada por toda La Habana”, algo que los habaneros llevan años denunciando sin ser escuchados.
Fue una de las confesiones más duras hechas por un funcionario del régimen. Rodríguez Batista aceptó que las lluvias recientes no hicieron más que destapar el caos sanitario: montañas de basura en esquinas, solares y márgenes, convertidas en criaderos de enfermedades y un peligro para todos.
El ministro incluso describió cómo los desechos flotan en el agua, se pegan a las aceras y se mezclan con el lodo “y con la vida”, una imagen que refleja el abandono en que viven miles de capitalinos.
En un intento de sonar moderno, Rodríguez Batista propuso convertir La Habana en un “laboratorio vivo de reciclaje y circularidad”. Pero los cubanos saben bien que esas palabras huecas no limpian calles, ni recogen basura, ni eliminan el hedor que se respira en la ciudad.
Una crisis que ya amenaza vidas
Mientras el régimen posa para las cámaras, los habaneros enfrentan el peligro real. En la esquina de Belascoaín y San Miguel, un edificio en ruinas se ha transformado en un vertedero improvisado. Los escombros y desechos se amontonan tanto que los vecinos temen un derrumbe o una tragedia.
Ni siquiera los hospitales se salvan. A inicios de septiembre, un video mostró un enorme basurero junto al Hospital Hermanos Ameijeiras, uno de los centros médicos más importantes del país. Los activistas lo llamaron con razón una “incubadora de patógenos a cielo abierto”. Y lo mismo ocurre en Mayabeque y Holguín, donde los contenedores rebosados se acumulan junto a salas de maternidad y pediatría, poniendo en peligro a madres y niños recién nacidos.
Basura, lluvias y apagones: el coctel perfecto del desastre
Cada aguacero convierte a La Habana en un basural flotante. Las lluvias de la última semana arrastraron montones de desechos por Centro Habana, Diez de Octubre y el Vedado, mientras un apagón dejaba a la ciudad completamente a oscuras. Los contenedores flotaban a la deriva y el agua sucia entraba en las casas.
Lo que debería ser un problema de gestión se ha vuelto una amenaza directa para la salud pública. La basura no solo apesta, enferma. Y aunque el ministro hable de conciencia ambiental, lo cierto es que el desastre es producto de décadas de abandono, corrupción y desidia estatal.
En su publicación, Rodríguez Batista admitió que no bastan camiones y brigadas, pero lo que nunca dice es por qué el régimen no ha permitido que la iniciativa privada, o incluso los propios vecinos organizados, puedan asumir esa tarea sin control estatal.