La miseria del sistema de salud cubano vuelve a quedar expuesta. Dos ancianos permanecen abandonados a su suerte en el Hospital Provincial Manuel Ascunce Domenech, en Camagüey, sin atención ni cuidados mínimos, según denunció el periodista exiliado José Luis Tan Estrada en sus redes sociales.
El comunicador publicó un mensaje urgente en Facebook alertando sobre la situación: “Ancianos abandonados en el área de Geriatría del Hospital Provincial de Camagüey”, escribió, junto a imágenes que estremecen a cualquiera con un poco de sensibilidad.
Tan Estrada explicó que los dos pacientes se encuentran en la Sala de Medicina del hospital, uno en el cubículo 1 (cama 37 MB) y otro en el cubículo 3 (cama 51 MB). Ambos están en condiciones infrahumanas, sin higiene, sin baños, cubiertos de heces y con la ropa sucia desde hace días.
“No tienen asistencia constante ni supervisión médica adecuada. Viven rodeados de suciedad, sin limpieza ni cambio de sábanas, expuestos a infecciones y al deterioro físico y emocional”, denunció el periodista, señalando directamente la negligencia total del personal hospitalario y de la Dirección Provincial de Salud Pública.
Las fotos y testimonios difundidos reflejan la crudeza del colapso sanitario que sufre la Isla. En un país donde la propaganda oficial presume de un sistema de salud “gratuito y ejemplar”, la realidad en los hospitales es más cercana a una película de terror que a un centro médico digno.
“La falta de higiene y supervisión es una vergüenza nacional. Las autoridades no hacen nada mientras los más vulnerables mueren olvidados en sus camas”, afirmó Tan Estrada, responsabilizando directamente al régimen de esta tragedia cotidiana.
La escena de Camagüey no es un hecho aislado. En Cuba, la vejez se ha convertido en sinónimo de abandono y miseria. Hace apenas unos días, un video viral mostró a un anciano de 93 años vendiendo caramelos en las calles de La Habana para poder comer. Con la voz entrecortada, contó que había trabajado toda su vida como soldador —incluso en la Plaza de la Revolución— y que ahora debía seguir trabajando porque su pensión no alcanza ni para sobrevivir.
La historia se repite una y otra vez. Los jubilados, después de décadas de sacrificios, reciben pensiones que no superan los 1,528 pesos al mes, una cantidad que no alcanza ni para comprar un cartón de huevos o un pomo de aceite. La inflación, la escasez de medicamentos y el caos en los hospitales convierten la vejez en una pesadilla.
En un país que envejece rápidamente, el abandono a los ancianos se ha vuelto una herida abierta que deja al descubierto el fracaso total del sistema. No hay medicinas, no hay atención, no hay respeto por la vida.