El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel reconoció este domingo lo que todos los habaneros saben hace rato: el desastre de la recogida de basura en la capital no tiene ni pies ni cabeza, ni un plan real para sostenerse en el tiempo.
“Hicimos un esfuerzo este fin de semana, pero no vamos a resolverlo todo. Habrá que seguir. Ya la gente vio una reacción. Ahora lo que todos se preguntan es cómo se va a sostener”, dijo el mandatario, tratando de maquillar con palabras lo que a simple vista es un fracaso monumental.
Según él, el problema se resolverá “si todos trabajamos”. Es decir, el régimen otra vez echándole la culpa al pueblo, como si los ciudadanos tuvieran camiones recolectores o depósitos para procesar toneladas de basura.
Este fin de semana, el gobierno movilizó a trabajadores estatales, reclutas y policías para limpiar algunas zonas de La Habana. Un show improvisado que sirvió más para las cámaras que para resolver el problema. El propio Díaz-Canel reconoció que la convocatoria fue insuficiente, porque ni con el empuje de los ministerios y las FAR se logra ponerle orden a una ciudad sumida en el abandono.
La crisis no es nueva ni exclusiva de la capital. La falta de combustible, el deterioro del transporte y la corrupción institucionalizada han convertido el manejo de los desechos en un chiste de mal gusto. La peste y la suciedad ya forman parte del paisaje diario.
Pero en lugar de ofrecer soluciones concretas, Díaz-Canel volvió a apelar a la “iniciativa popular”, esa frase vacía que el régimen repite cada vez que no tiene cómo justificar su ineficiencia. “Creo que la gente, movida por el ejemplo de La Habana, hará lo suyo también en cada territorio”, aseguró, como si los cubanos no estuvieran ya sobreviviendo entre la miseria y los apagones.
Durante la jornada, él y el primer ministro Manuel Marrero se mostraron en televisión “sumándose” a las labores de limpieza, rodeados de funcionarios, cámaras y toda la parafernalia propagandística que los acompaña. Escobas en mano, pretendieron dar una imagen de compromiso mientras el país entero se cae a pedazos.
La realidad, sin embargo, es otra. Las calles siguen llenas de basura, las esquinas apestan y los vecinos denuncian en redes sociales que los desechos llevan semanas sin recogerse. Cuando llueve, los desperdicios corren por las avenidas, se meten en las casas y hasta en los hospitales.
El propio ministro de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, Armando Rodríguez Batista, tuvo que reconocer el desastre. “Esa basura no está contenida: está regada por toda La Habana”, escribió en sus redes, en un intento desesperado por mostrar conciencia ante lo evidente. Luego admitió que el problema no es solo sanitario, sino también “ambiental, social y espiritual”, dejando claro que ni ellos saben por dónde empezar.
