Miguel Díaz-Canel volvió a sentarse con las autoridades de La Habana para hablar del desastre higiénico y de servicios que se vive en la capital, un caos que ya nadie puede disimular. Fue su tercera reunión en menos de una semana, según el medio oficialista Cubadebate, y como de costumbre, el discurso se centró en pedir “disciplina y control”, mientras la realidad le pasa por delante como un basurero sin recoger.
En el encuentro, se mostraron imágenes que dejaron en evidencia lo que todo habanero sufre a diario: montones de basura, calles abandonadas y un deterioro urbano que no hay cámara que pueda maquillar. Ante eso, Díaz-Canel cuestionó por qué las autoridades no actuaron antes y exigió que se señalen los problemas “con nombres y apellidos”. Un reclamo que suena a teatro político, cuando el principal responsable del desastre es el propio sistema que él dirige.
El mandatario también arremetió contra los centros estatales que, según él, “aún no se han incorporado” a las labores de limpieza. Lo que no dijo es que muchos de esos centros no tienen ni los recursos mínimos para hacerlo, porque el régimen lleva décadas exprimiendo las arcas del Estado mientras el pueblo vive entre la basura y la desesperanza.
Por su parte, Roberto Morales Ojeda, secretario de Organización del Comité Central del Partido, repitió el mismo guion de siempre: que si todos los centros de trabajo colaboran, La Habana podrá “mostrar un verdadero cambio”. Palabras huecas, cuando el cambio que la gente necesita no es más pintura ni brigadas de limpieza, sino un gobierno que funcione y no viva de consignas.
En las redes, la reacción del pueblo fue inmediata y contundente. Los cubanos, hartos de escuchar promesas vacías, respondieron con sarcasmo: “Empiecen por limpiar el Consejo de Estado” o “No es el bloqueo, es la desidia”, fueron algunas de las frases más repetidas. Ese tono de burla refleja una verdad incómoda: el país está cansado de tanta reunión, tanta palabra y tan poca acción real.
Mientras Díaz-Canel habla de “ordenar las cosas en La Habana”, la capital se hunde en la suciedad, los apagones y la falta de servicios básicos. Lo que antes era orgullo nacional hoy es una ciudad colapsada, símbolo del fracaso de un modelo que solo sabe exigir sacrificios al pueblo mientras sus dirigentes viven cómodamente lejos de la miseria que provocan.