Un fenómeno cada vez más inquietante se está regando desde Santiago de Cuba hacia otras provincias del país. Se trata de un circuito clandestino de peleas callejeras, una peligrosa moda donde jóvenes cubanos se parten la cara por apenas 20 euros y unos cuantos “likes” en redes sociales.
El invento, que se hace llamar “Combate Libre”, se vende como una especie de “deporte extremo” sin árbitros ni reglas reales. Las peleas se organizan en azoteas, patios, fábricas abandonadas o cualquier rincón donde el régimen mire hacia otro lado. Su lema, “Sin miedo a sangrar”, dice mucho sobre lo brutal del espectáculo, que se propaga con rapidez en las redes como si fuera un videojuego, cuando en realidad es pura desesperación hecha carne y golpes.
El historiador y activista Julio César González Pagés fue uno de los primeros en alzar la voz. Según explicó, el fenómeno nació en Santiago, pero ya llegó a La Habana, Pinar del Río, Sancti Spíritus, Cienfuegos, Granma y Las Tunas. Los organizadores graban las peleas y las suben a internet para sacar dinero de las visualizaciones o atraer patrocinadores, siempre cuidándose de no tener público para evadir a las autoridades, que solo intervienen cuando el escándalo se les va de las manos.
Aunque los promotores aseguran tener “reglas” y combates por peso, todo es una farsa. No hay médicos, contratos ni medidas de seguridad. Los muchachos, muchos sin experiencia en artes marciales, se exponen a fracturas, lesiones graves y hasta arrestos, todo por una miseria y la fantasía de “hacerse virales”.
Pagés, coordinador de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM), definió este movimiento como el reflejo de una Cuba hundida en la precariedad y el desencanto juvenil. En sus palabras, “la violencia se ha vuelto mercancía digital, una válvula de escape en un país donde las oportunidades son cada vez más escasas”.
En redes, el tema ha generado indignación. Muchos usuarios ven estas peleas como el síntoma más crudo del deterioro moral y social del país. La cubana Patricia Pérez Ramos lamentó que “la sociedad cubana se está convirtiendo en algo que nunca soñamos”, mientras otros, como Bernardo Maturell, reprocharon la inacción del gobierno, que mira a otro lado mientras el caos crece. Para Maritza Hernández, “estos son tiempos de barbarie, donde la vida vale menos que un video viral”.
Todo esto ocurre en medio de una ola de violencia urbana en Santiago de Cuba, donde cada semana se reportan apuñalamientos, asaltos y crímenes que dejan al pueblo con miedo y sin respuestas. Las autoridades callan o maquillan los hechos, pero la gente sabe lo que está pasando: el control social se les fue de las manos.
El auge de “Combate Libre” no es un simple juego de peleas, sino el síntoma de un país en ruinas, donde muchos jóvenes, sin futuro ni esperanza, encuentran en la violencia su única forma de sentirse vistos. Un espejo doloroso de lo que ha sembrado el régimen: una generación que ya no le teme a sangrar, porque lleva demasiado tiempo herida.
