Jacson tiene solo 12 años, pero ya carga sobre sus hombros el peso de una vida dura. Este domingo fue visto en pleno Parque Céspedes de Santiago de Cuba, con los pies descalzos, mirando en silencio los helados que otros niños disfrutaban. No pedía nada. Solo observaba, quieto, con una mezcla de inocencia y resignación que conmovió a todos los que lo vieron.
Entre ellos estaba el escritor y activista Yasser Sosa Tamayo, quien no pudo quedarse de brazos cruzados y compartió la historia en sus redes. “Tenía el alma limpia y los pies sucios”, escribió, describiendo aquella imagen que, bajo el sol ardiente del mediodía santiaguero, lo dejó sin palabras. Jacson estaba sentado junto a la Catedral, callado, mirando a los demás niños correr y reír. En su mirada, dice Sosa, se notaba la paciencia de quien ya ha aprendido a resistir antes que a soñar.
El pequeño guarda su único par de zapatos como si fuera oro. Solo los usa para ir a la escuela, cuidándolos con esmero para que no se rompan. Vive con su abuela enferma y dos hermanitos pequeños, y su mayor deseo no es tener juguetes ni dulces, sino poder ayudar a su familia para que no pasen hambre.
Sosa cuenta que le compró algunas golosinas y le prometió regresar el miércoles a la misma hora. “¿De verdad me vas a ayudar, tío?”, le preguntó Jacson. “Sí, te lo juro, Jacson”, respondió el escritor, decidido a cumplir esa promesa. En su publicación pidió apoyo: ropa, zapatos, una mochila, útiles escolares… cualquier gesto que pudiera devolverle al niño un poco de esperanza. “Un niño así no debería aprender a resistir antes que a reír”, escribió. “Jacson no puede seguir descalzo mientras el mundo sigue corriendo”.
La historia de Jacson no es una excepción. Es apenas un reflejo de la miseria silenciada que el régimen cubano intenta esconder. En una isla donde los discursos prometen igualdad, miles de niños sobreviven entre la pobreza extrema, la desnutrición y el abandono estatal.
Hace apenas unos días, una madre cubana suplicaba ayuda pública para su hija enferma. “Solo me queda la fe”, escribió, ante la falta de medicamentos y atención médica. Su clamor expuso otra vez la cruda realidad: un sistema de salud colapsado y un gobierno indiferente al sufrimiento de su gente.
En Santiago de Cuba, la pobreza infantil se respira en cada esquina. Activistas han mostrado a niños viviendo en casas a punto de derrumbarse, sin comida, sin ropa y sin esperanza, mientras las autoridades se limitan a mirar para otro lado. Cada foto, cada historia, es un golpe a la narrativa oficial de “resistencia heroica” que tanto repiten los medios del régimen.
Otro caso reciente en el oriente del país mostró a una madre pidiendo ropa y comida para sus hijos, uno de ellos con retraso en el desarrollo. No tenían colchones, ni asistencia, ni respuesta del Estado. Solo la solidaridad de cubanos comunes que, aun con poco, comparten lo que tienen.
Y en Holguín, la situación se vuelve todavía más dolorosa. Dos niños con parálisis cerebral, a cargo de familiares ancianos, viven sin medicamentos, sin alimentos y sin condiciones mínimas de higiene. Ese hogar, hundido en la precariedad, muestra el verdadero rostro de Cuba: una nación donde el pueblo se desmorona mientras el poder se enriquece.