El primer ministro cubano, Manuel Marrero Cruz, salió con otro de sus discursos triunfalistas, asegurando que las recientes acciones para recoger basura en La Habana “marcan un antes y un después”. Sin embargo, cualquiera que camine por la capital puede ver que ese “después” todavía huele bastante mal. Más de la mitad de los barrios habaneros siguen ahogados entre montones de desechos que nadie recoge.
Las declaraciones se dieron en una reunión encabezada por Miguel Díaz-Canel, rodeado, como siempre, de altos funcionarios y dirigentes del Partido Comunista. Allí se revisaron los supuestos resultados de una semana de “intervenciones” para atacar problemas que llevan décadas sin resolverse: la basura, la falta de agua y la desidia total de las instituciones.
Según los propios números del régimen, solo 52 de los 106 consejos populares de La Habana han sido limpiados. Es decir, ni la mitad. Los municipios de Diez de Octubre, Marianao, Habana del Este y La Lisa siguen siendo un desastre, a pesar de los operativos relámpago y los discursos que se repiten como un disco rayado.
Y como si fuera poco, la crisis del agua sigue golpeando fuerte en zonas como Arroyo Naranjo, San Miguel del Padrón y Boyeros, donde miles de familias continúan esperando por un milagro que nunca llega.
Marrero, con su tono de funcionario desconectado de la realidad, pidió que los centros de trabajo mantengan la limpieza y que la población se sume a las tareas de higienización. Pero no dijo una palabra sobre las causas reales del desastre, ni sobre la falta crónica de camiones, combustible y personal, ni mucho menos sobre la corrupción e ineficiencia que carcome a los llamados servicios comunales.
Según él, esta “nueva etapa de trabajo” debe enfocarse en “recuperar lo perdido y avanzar hacia la sostenibilidad”. Una frase bonita para la televisión, pero vacía como tantas otras. Porque si algo ha demostrado el gobierno cubano, es su incapacidad para sostener ni siquiera los servicios más básicos.
Incluso Roberto Morales Ojeda, del Comité Central del PCC, tuvo que reconocer que siguen existiendo “deficiencias”, aunque prefirió aplaudir la respuesta de los cuadros del partido y del gobierno, destacando que se limpiaron lugares donde la basura llevaba “años” acumulada. Como si eso fuera un logro y no una vergüenza.
El discurso oficial vuelve al mismo libreto de siempre: hablar de disciplina, control y movilización popular, mientras se evaden las responsabilidades institucionales. Nadie en el poder se atreve a admitir que el deterioro de los servicios y la crisis sanitaria son culpa directa de una gestión fallida, centralizada y sin transparencia.
Mientras tanto, el pueblo habanero sigue molesto, cansado y sin fe. Las promesas de limpieza y eficiencia se desmoronan en cuanto pasa la cámara de la televisión. Lo que queda es una ciudad sucia, enferma y olvidada, donde los brotes de dengue, zika y chikungunya se multiplican, aunque el régimen insista en negarlo.