En medio del caos económico que asfixia a Cuba, una pequeña empresa privada ha dado de qué hablar por su ingenio y empuje propio. Se trata de Olinés, un emprendimiento que fabrica los populares extrusos o “pellys”, esos snacks tan cubanos que recuerdan a los tiempos de meriendas escolares. Pero lo impresionante no es solo el producto, sino cómo lo logran: con maquinarias creadas por ellos mismos, sin ayuda del Estado ni de nadie.
El proyecto fue mostrado en un video del creador de contenido @aprendedorajeje, quien visitó la fábrica y se quedó sorprendido al ver cómo un grupo de apenas 20 trabajadores convierte maíz en snacks con calidad de “primer mundo”, todo dentro de un local levantado a puro esfuerzo.
El proceso es una obra de arte de la inventiva criolla. Primero trituran y limpian el maíz; luego, una máquina construida por el propio equipo le quita el germen y la piel para evitar el sabor fuerte del grano. De ahí sale la sémola que se transforma en los famosos Pikilines, esos que más de uno acompaña con una malta fría o un refresquito.
Ni los apagones ni la falta de recursos han detenido a Olinés. Cuando se va la corriente, el taller sigue funcionando gracias a su propio generador. Además del snack estrella, producen harina, maicena criolla y pienso para animales, todo con materias primas locales.
El alma del negocio es Maikel, el dueño, quien diseñó y construyó con sus manos la máquina principal que infla el maíz y le da su textura final. Una creación completamente cubana, nacida del talento y la necesidad, no de una orden ministerial ni de un crédito estatal.
Para lograr el sabor que distingue a los productos, el equipo prepara su propia mezcla de condimentos —una combinación secreta de tomate, picante, ajo, cebolla, mantequilla, chorizo, queso, jamón y otros sabores— que le da a cada bolsita un toque inconfundible.
Olinés ha crecido tanto que ahora cuenta con dos tipos de empaque, uno económico y otro más atractivo para el mercado, buscando mejorar la presentación y competir en calidad. Todo lo que han conseguido ha sido gracias a años de trabajo, ensayo y error, sin apoyo institucional ni propaganda.
Este pequeño gigante industrial se levanta en un país donde emprender sigue siendo casi un acto de rebeldía. Con un gobierno que entorpece más de lo que ayuda, el éxito de Olinés demuestra que el talento y la creatividad del cubano pueden más que el control del régimen.
Mientras el aparato estatal se derrumba bajo su propia ineficiencia, son las MIPYMES privadas las que están sosteniendo lo poco que queda de la economía nacional. Ya hay más de 9 mil de estas pequeñas empresas en todo el país, generando cerca del 30% de los empleos formales y supliendo sectores donde el Estado simplemente no da pie con bola.
Ejemplos sobran: en Granma, una miniindustria de helados mantiene viva la producción que la fábrica estatal abandonó. El sector privado, pese a las trabas y la desconfianza oficial, se ha convertido en la única alternativa real para que Cuba produzca algo útil.
El régimen, sin embargo, sigue viéndolos como un “mal necesario”. Los toleran solo porque ya no tienen cómo sostener el país, pero les temen, porque saben que son la prueba viviente del fracaso del sistema socialista.
Aun así, cada vez más cubanos se lanzan al emprendimiento con coraje y visión. Incluso figuras conocidas, como el músico Yomil, han apostado por proyectos propios, como su bebida energética “Doping”, demostrando que el espíritu empresarial está rompiendo los muros ideológicos que por décadas frenaron al país.
