Mientras millones de cubanos se rompen la cabeza buscando un paquete de pollo o un chorrito de aceite para cocinar, Sandro Castro, el nieto del dictador Fidel Castro, vuelve a presumir su vida de lujos en redes sociales, como si viviera en otro planeta.
En una historia de Instagram, el “heredero del castrismo” mostró un video de una parrillada frente al mar en Miramar, rodeado de amigos, comida, música y risas, con la frase: “Parrilla Costera. Un clásico cubano”. Una burla descarada, teniendo en cuenta que en la misma isla donde nació, el pueblo sobrevive entre apagones, hambre y colas interminables.
Detrás de las imágenes se distingue el Hotel Gran Muthu Habana, iluminado como si no existiera crisis energética alguna. Mientras tanto, en los barrios humildes del país, los apagones de 20 y hasta 30 horas mantienen a millones sin poder cocinar ni conservar sus alimentos.
Sandro, el nieto del hombre que prometió “igualdad para todos”, disfruta de un lujo que el pueblo solo puede ver en fotos. Su parrillada no es solo una noche de fiesta: es un retrato cruel del privilegio heredado, una postal de cómo viven los descendientes del poder en un país donde el pueblo no tiene ni luz ni comida.
En la “Cuba real”, el pollo cuesta más de 3,000 pesos, el litro de aceite supera los 4,000, y las neveras están vacías. Pero ahí está Sandro, sonriendo frente al carbón, haciendo gala de una abundancia que para la mayoría es un sueño.
No es la primera vez que el nieto del tirano provoca al pueblo. Hace poco se burló de la libreta de abastecimiento, llamándola “el diario de un vampiro”. Su arrogancia es el reflejo perfecto de una casta desconectada de la realidad, acostumbrada a vivir del sudor y la miseria de los demás.
Mientras Sandro celebra su “clásico cubano”, los verdaderos cubanos viven otro muy distinto: cocinar con leña, en plena madrugada, aprovechando los pocos minutos de corriente. En provincias como Santiago de Cuba, madres improvisan fogones con ramas secas, cocinando a oscuras para alimentar a sus hijos.
En Granma, el propio gobierno tuvo que repartir leña porque ni el carbón queda. Algunos queman puertas viejas o plásticos, respirando humo tóxico para poder calentar un poco de arroz. Esa es la “parrillada del pueblo”, la que no se graba para Instagram ni se celebra con música, sino con cansancio y resignación.
La imagen de Sandro Castro, riendo y comiendo frente al mar, es mucho más que un gesto de frivolidad. Es una bofetada a un país que se apaga entre apagones, hambre y desesperanza.
Y cuando él dice “un clásico cubano”, tal vez no se da cuenta de lo que realmente representa. Porque ese “clásico” no es una parrillada, es la desigualdad que el castrismo convirtió en tradición: los de arriba festejando, mientras el pueblo abajo se consume… en silencio y a oscuras.