En Cuba, donde los apagones de 20 horas diarias ya son parte del paisaje, y donde el Gobierno vende repelentes en dólares, la desfachatez oficial ha alcanzado otro nivel. La viceministra de Salud Pública, Carilda Peña, apareció en la televisión estatal para dar un consejo digno de una película surrealista: “quemen cáscaras de cítricos” para espantar al mosquito del dengue.
Sí, así mismo. En un país con hospitales colapsados, escasez de insecticidas y sin combustible para fumigar, la funcionaria —que, por supuesto, no sabe lo que es pasar la noche a oscuras ni sudar en una sala sin corriente— propuso el humo de las naranjas como escudo sanitario.
Durante su comparecencia en la TV Cubana, Peña admitió que la Isla vive “una situación epidemiológica compleja” y que los índices del mosquito Aedes aegypti están por las nubes. Pero enseguida se excusó diciendo que “no hay combustible para fumigar como antes”, dejando claro que el Estado se lava las manos mientras el pueblo se expone.
Con tono paternalista, la viceministra pidió “apelar a todo”, sugiriendo desde mosquiteros y mangas largas hasta remedios caseros como el humo de cáscaras de naranja o toronja, porque “ahuyentan el vector y protegen la salud”.
Pero la realidad es mucho más dura: en Cuba ya circulan varios virus al mismo tiempo, entre ellos el dengue y el chikungunya, detectados primero en Perico, Matanzas, y ahora extendidos por buena parte del país. La coexistencia de ambas enfermedades ha disparado las alarmas médicas, aunque el Gobierno sigue actuando como si bastara con barrer los patios.
Peña reconoció que el chikungunya solo se detecta por PCR, un método limitado por la falta de reactivos, mientras que el dengue sigue siendo “la enfermedad patrón” en la Isla. Su solución, una vez más, fue culpar a la gente: “Hay que chapear, canalizar zanjas, resolver salideros y eliminar los criaderos”, dijo, como si los cubanos tuvieran herramientas, agua o combustible para hacerlo.
Este discurso de “háganlo ustedes” se ha vuelto el sello de un régimen que perdió toda capacidad real de respuesta sanitaria. En los hospitales no hay insecticidas, los medicamentos escasean y el personal médico huye del país, mientras los dirigentes se conforman con dar consejos de abuela y posar ante las cámaras.
Las palabras de Peña desataron una tormenta en redes sociales. Los cubanos, entre la rabia y la risa, convirtieron las cáscaras de naranja en símbolo del absurdo, burlándose del remedio “natural” que el régimen presenta como salvación.
Y mientras la viceministra recomienda “remedios del pueblo”, el propio Ministerio de Salud Pública reconoció oficialmente la muerte de tres personas por dengue en 2025, el primer dato real tras semanas de silencio y censura. Una cifra ridículamente baja frente a los reportes ciudadanos que hablan de decenas de fallecidos y cientos de casos graves, especialmente en Matanzas, una de las provincias más golpeadas.
Allí, las autoridades locales admitieron la alta transmisión de dengue y chikungunya, pero se conforman con decir que “el invierno ayudará”. Una fe ciega en el clima, mientras los hospitales se caen a pedazos, las ambulancias no tienen gasolina y los cubanos queman cáscaras esperando que el humo —milagrosamente— ahuyente al mosquito y, de paso, al desastre que ellos mismos han creado.