En plena oscuridad nacional, con apagones interminables y hospitales al borde del colapso, el régimen cubano volvió a sacar a desfilar a miles de personas para gritarle al mundo que “quien se mete con Venezuela, se mete con Cuba”. El espectáculo político, encabezado por Miguel Díaz-Canel, buscó aparentar fuerza y unidad, pero lo único que dejó claro fue la desconexión total entre el poder y el sufrimiento del pueblo.
El acto se celebró en la Avenida de los Presidentes, en el Vedado habanero, frente a la estatua de Simón Bolívar. Según la propia Presidencia de Cuba, más de 50 mil personas fueron movilizadas para respaldar al chavismo y “rechazar la militarización del Caribe” tras el despliegue de bombarderos B-52 estadounidenses frente a las costas de Venezuela.
Desde la tribuna, el secretario de Organización del Partido Comunista, Roberto Morales Ojeda, repitió el viejo discurso de trincheras compartidas. “Cuba y Venezuela son una sola alma, un solo corazón”, dijo entre aplausos obligatorios y consignas recicladas. Mientras tanto, el pueblo cubano, cansado de tanta demagogia, se preguntaba en redes por qué no marchan mejor para arreglar las termoeléctricas o buscar comida para los hospitales.
El propio Díaz-Canel entregó al dirigente chavista Pedro Infante, vicepresidente del PSUV, un supuesto “Libro de Firmas” con más de cuatro millones de rúbricas en apoyo a Venezuela, incluyendo —por si faltaba teatro— la del propio Raúl Castro. “Defendemos a Venezuela desde aquí”, afirmó el mandatario, aludiendo a los miles de profesionales cubanos enviados a ese país bajo el pretexto de las “misiones sociales”, pero que en realidad sostienen una alianza política y económica clave para el régimen.
La ironía es brutal: mientras el gobierno gasta recursos en propaganda internacional, las provincias cubanas pasan más de 20 horas sin electricidad, los brotes de dengue y chikungunya se multiplican, y los hospitales apenas pueden funcionar. En medio de esa miseria, la Unión Eléctrica obligó a parte de sus empleados a asistir al acto, una decisión que desató la furia de muchos cubanos. “Cuba se apaga y ustedes marchando por Maduro. Circo y más circo”, escribió un internauta indignado.
El evento también sirvió como plataforma para lanzar una advertencia directa a Washington, luego del aumento de tensiones en el Caribe. “Rechazamos la ofensiva guerrerista del imperialismo contra la patria de Bolívar y Chávez”, exclamó Morales Ojeda, en una frase que sonó más a eco de los 80 que a política del siglo XXI.
Para los analistas, este nuevo capítulo de la alianza entre La Habana y Caracas no es más que un intento desesperado de ambos regímenes por aferrarse el uno al otro. Cuba depende aún del petróleo venezolano —aunque cada vez llega menos—, y Venezuela mantiene a miles de asesores cubanos en sus estructuras militares, sanitarias y de inteligencia. Es un matrimonio de conveniencia sostenido por el miedo y la represión.
Ese mismo día, el Ministerio de Energía y Minas reconocía que más de una decena de termoeléctricas estaban paralizadas o en mantenimiento. En Granma, Holguín y Santiago, los apagones rozaban las 22 horas. “Qué ironía, tanta luz para un desfile y nosotros sin corriente”, comentó con sarcasmo una vecina de Matanzas. “Hasta para marchar tienen electricidad”.
Así, mientras el gobierno cubano grita lealtad a Caracas, el país se hunde en su propia oscuridad. La “solidaridad con Venezuela” se usa como cortina de humo para tapar la miseria nacional. Y mientras Díaz-Canel promete apoyo a un aliado extranjero, millones de cubanos siguen sin agua, sin luz y sin esperanza, esperando el día en que la solidaridad del régimen sea, por fin, con su propio pueblo.