El régimen cubano volvió a mover sus fichas, y esta vez el tablero huele más a nepotismo que a “continuidad revolucionaria”. Óscar Pérez-Oliva Fraga, ingeniero en electrónica y sobrino-nieto de Fidel y Raúl Castro, acaba de ser promovido a viceprimer ministro de Cuba, según confirmó un acuerdo del Consejo de Estado esta semana.
El nombramiento no deja dudas: el clan Castro sigue mandando en la sombra, colocando a sus herederos en los puestos de poder mientras el pueblo se hunde en la miseria. Aunque la propaganda oficial insista en vender la idea de “renovación”, lo que se respira es más bien la consolidación de una dinastía política que se niega a soltar las riendas del país.
Un ascenso meteórico bajo la sombra del poder
Pérez-Oliva Fraga conservará su cargo como ministro del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera (MINCEX), que ocupa desde mayo de 2024. Antes de eso, fue viceministro primero y directivo en varias empresas estatales. Su currículum, como el de tantos cuadros del régimen, está marcado por años de servilismo dentro de la burocracia, más que por logros reales.
Durante su paso por la Zona Especial de Desarrollo del Mariel (ZED Mariel), trabajó directamente bajo las órdenes del fallecido general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, el poderoso exyerno de Raúl Castro y verdadero cerebro de GAESA, ese monstruo económico que controla las finanzas, el turismo y hasta los puertos del país. Es decir, Pérez-Oliva no llegó ahí por méritos, sino por apellido y conexiones.
Graduado de la CUJAE, la prensa oficial lo describe como un “cuadro disciplinado y conocedor de las relaciones internacionales”. Pero detrás de ese discurso tecnocrático se esconde un ascenso relampagueante y predecible, típico de los herederos del sistema que viven a la sombra de sus tíos y abuelos revolucionarios.
El peso del apellido, más que del talento
No es ningún secreto que Pérez-Oliva pertenece a la tercera generación directa del linaje Castro-Ruz. Es hijo de Mirsa Fraga Castro y nieto de Ángela Castro, hermana de Fidel y Raúl. En otras palabras, sangre azul dentro de la aristocracia comunista.
Con su promoción, el apellido Castro se mete aún más en los sectores estratégicos: inversiones extranjeras, comercio exterior y manejo de divisas. Áreas claves en medio de la crisis más profunda que ha vivido la isla desde los años noventa.
El régimen lo vende como “relevo generacional”, pero lo cierto es que se trata de una jugada de continuidad pura y dura, donde los nietos del poder toman el relevo de sus mayores para seguir administrando el desastre.
Un tecnócrata sin resultados
En el año que lleva al frente del MINCEX, Pérez-Oliva ha repetido los mismos discursos vacíos sobre “la cartera de oportunidades para inversores”. Promesas y más promesas, pero sin un solo proyecto concreto que haya mejorado la economía cubana.
Fuentes empresariales describen su gestión como una cáscara vacía: mucha propaganda, cero resultados. El ministerio sigue siendo igual de opaco, ineficaz y sumido en la maraña de trabas burocráticas que espantan a cualquier inversionista serio.
El sello Castro, que no se borra ni con ácido
La promoción de Pérez-Oliva deja claro que la sombra de los Castro sigue marcando cada decisión dentro del régimen. Aunque Raúl aparente retiro, su mano sigue moviendo los hilos del poder, colocando a familiares en puestos clave y asegurando que nada se mueva sin el visto bueno del clan.
El nuevo viceprimer ministro es la cara moderna de un sistema podrido: joven, con discurso técnico, pero atado por la lealtad al apellido que lo puso donde está.
Su ascenso no es una señal de cambio, sino una advertencia: la dinastía Castro no ha terminado, solo se está reciclando para perpetuarse. En Cuba, el poder sigue en familia, y el pueblo —como siempre— queda fuera del reparto.