En medio del caos sanitario, el régimen confirma que se han duplicado el numero de pacientes en terapia intensiva infectados con el dengue

Redacción

La crisis sanitaria en Cuba sigue desbordándose, esta vez con un fuerte repunte de casos graves de dengue que pone en evidencia el desastre en que el régimen ha convertido el sistema de salud pública. Durante la última semana, el propio Ministerio de Salud reconoció un incremento de pacientes en estado crítico, en medio de una ola de fiebre y arbovirosis que afecta a casi todo el país.

La viceministra de Salud, Carilda Peña García, tuvo que admitir en la televisión nacional que en solo siete días se registraron más de 13 mil casos febriles, y que el corredor endémico de la fiebre se mantiene “en nivel de epidemia”. Dicho en buen cubano: el dengue está campando a sus anchas por toda la Isla.

Según el informe oficial, 16 pacientes más terminaron en terapia intensiva que la semana anterior. Siete de ellos en estado crítico, y uno cerró la semana en condición grave. La funcionaria reconoció que las formas severas del dengue aumentan a medida que el virus circula con más fuerza, pero no explicó cómo el gobierno piensa controlar esa propagación cuando ni siquiera hay insecticida suficiente.

Las cifras son alarmantes. La tasa nacional subió a 24,3 por cada 100 mil habitantes, y las provincias más complicadas son Guantánamo, Matanzas, Ciego de Ávila, La Habana y Cienfuegos, seguidas de Villa Clara, Sancti Spíritus y Camagüey. En otras palabras, casi toda Cuba está en jaque.

Para colmo, el serotipo predominante cambió: después de años dominando el número 3, ahora manda el 4. Este cambio, según los expertos, aumenta el riesgo de cuadros graves en personas que ya se contagiaron antes, pues una reinfección con otro tipo del virus puede resultar mortal.

Aunque las autoridades mencionaron que el chikungunya sigue circulando en casi todo el país, salvo en Las Tunas, Mayabeque y la Isla de la Juventud, el foco sigue puesto en el dengue, que avanza con fuerza entre la población, sobre todo en zonas con pésimas condiciones sanitarias y sin fumigación constante.

La viceministra también admitió que en los primeros días del cuadro febril es casi imposible distinguir entre dengue y otras arbovirosis, lo que retrasa el diagnóstico y complica el tratamiento. De ahí que los médicos pidan a la gente que acuda rápido al hospital ante cualquier síntoma. Pero claro, decir eso es fácil cuando la realidad es que los hospitales están abarrotados, sin medicamentos y sin condiciones mínimas.

En su intento por aparentar control, el Ministerio anunció el uso de adulticidas en las zonas más afectadas, prometiendo abarcar los territorios en unos 15 a 20 días. Sin embargo, esa estrategia depende —como casi todo en Cuba— de la disponibilidad de combustible y equipos, dos cosas que escasean más que el propio repelente.

Actualmente, apenas una docena de carros fumigadores recorren las calles, mientras los vecinos se quejan de que los “echan humo” solo por las avenidas principales, dejando los barrios más humildes abandonados. También prometieron reforzar la eliminación de criaderos de mosquitos, aunque la medida, en teoría, recae en la población, ya cansada de cargar con la culpa de todo.

El régimen descartó aplicar cierres o restricciones como las de la pandemia, alegando que el dengue no se transmite de persona a persona. En su lugar, volvió con el mismo discurso de siempre: culpar al pueblo y hablar de “responsabilidad comunitaria”, pidiendo a la gente que tape los tanques, cambie el agua de los floreros y mantenga limpia la casa, como si eso bastara para compensar años de abandono estatal y falta de recursos básicos.

Con más pacientes graves, la tasa en ascenso y el serotipo 4 dominando, Cuba se enfrenta a un escenario peligroso. Pero más que una epidemia biológica, lo que vive el país es una epidemia de desidia y descontrol, donde la ineficiencia del régimen sigue costando vidas.

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