Después del golpe brutal del huracán Melissa en el oriente cubano, Miguel Díaz-Canel se apareció en Holguín para, según la prensa oficial, “comprobar los daños” y “estimular la recuperación”. Todo muy bonito… sobre el papel.
El perfil de la Presidencia de Cuba en X (antiguo Twitter) fue el encargado de contar el recorrido del mandatario, que incluyó una visita al Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas José Martí, ahora convertido en centro de evacuación para unas 300 personas de Cacocún y Urbano Noris.
Según la nota institucional, Díaz-Canel “se interesó” por la atención a los damnificados y le aseguraron que estaban recibiendo “buena alimentación y atención médica y psicológica”. Hasta dijeron que “las familias se sienten protegidas” y que el presidente les pidió no regresar a sus comunidades hasta que pase el peligro.
Como siempre, el guion está perfectamente ensayado. La Presidencia destacó que el mandatario se llevó una “buena impresión del trabajo en Holguín” y que transmitió un saludo de Raúl Castro, “al tanto de toda la situación”. Pero la realidad que vive el pueblo dista mucho de ese cuadro optimista.
Detrás de esas fotos oficiales, miles de familias siguen esperando ayuda, sin comida, sin techo y sin señales del Gobierno. En redes sociales abundan las denuncias de personas que no han recibido ni una botella de agua, mientras los medios del régimen venden la imagen de que todo está bajo control.
Propaganda en vez de soluciones
La historia se repite: en medio del desastre, el Gobierno intenta vender organización y previsión, aunque los propios números lo contradicen.
El diario Granma admitió que más del 95 % de los evacuados durante el huracán Melissa se refugiaron en casas de familiares o vecinos, y no en centros estatales. Es decir, el pueblo salvando al pueblo, como siempre.
Incluso Roberto Morales Ojeda, del Comité Central del Partido Comunista, reconoció en televisión la “solidaridad” de los cubanos durante la emergencia. Pero detrás de esa frase bonita se esconde una verdad incómoda: el Estado no tiene capacidad para garantizar refugio ni asistencia real a su gente.
En Cuba, la supervivencia depende de la solidaridad entre vecinos, no del aparato estatal que presume de controlarlo todo.
Un país que no aprende de sus propios desastres
Cada ciclón deja al descubierto el mismo drama: refugios improvisados, cocinas sin recursos, escasez de comida y falta de atención médica. Las familias terminan semanas enteras en condiciones precarias, mientras la televisión repite que “todo está garantizado”.
En Holguín y otras provincias orientales, el huracán Melissa dejó caminos destruidos, pueblos incomunicados y miles de viviendas inhabitables. Pero el discurso oficial sigue siendo el mismo: “nadie quedó desamparado”, “todo está bajo control”, “los evacuados están bien atendidos”.
La verdad, sin embargo, es otra. El pueblo cubano enfrenta los desastres naturales igual que su día a día: sin recursos, sin respuestas y con la misma indiferencia del poder.
Mientras Díaz-Canel posa para las cámaras y reparte frases de aliento, los damnificados de Melissa siguen resistiendo con lo poco que tienen, aferrados a su dignidad y a la esperanza de que, algún día, llegue una ayuda que no venga acompañada de propaganda.










