Cuando el huracán Melissa dejó al país en ruinas, muchos esperaban que el gobierno cubano aceptara toda la ayuda posible. Pero, como ya es costumbre, la televisión oficial prefirió hablar de “soberanía” antes que de solidaridad. El periodista Jorge Legañoa Alonso, actual presidente de Prensa Latina, protagonizó un segmento en el Noticiero Nacional donde arremetió contra la supuesta “ayuda humanitaria” de Estados Unidos y defendió al régimen como único salvador del pueblo cubano.
El discurso sonó a déjà vu: frases patrióticas, tono moralista y la vieja fórmula de culpar al enemigo externo. Según Legañoa, EE.UU. no ofreció “nada real” y todo era una manipulación de la “maquinaria anticubana”. Para darle un toque solemne, hasta citó a Martí con un “Hacer es la mejor manera de decir”, como si repetir frases heroicas pudiera tapar los apagones, la escasez y los techos caídos.
El comentarista siguió el mismo guion de siempre: negar la oferta estadounidense, exaltar la transparencia del gobierno y culpar al embargo de todos los males. Aseguró que Cuba tiene “amplia experiencia” en gestionar donativos con honestidad, mencionando a la ONU y organizaciones religiosas como testigos. Lo que no dijo es que, bajo esa misma “experiencia”, las ayudas suelen pasar por el filtro del Estado y rara vez llegan directamente a los damnificados.
El mensaje fue más allá: quiso dejar claro que solo el gobierno puede manejar la ayuda. Ni la Iglesia, ni las ONG, ni los proyectos comunitarios merecen ese derecho. En otras palabras: si no pasa por el aparato estatal, no es ayuda “honesta”. Para rematar, sacó a relucir el viejo memorando de Lester Mallory —ese comodín que el oficialismo usa desde 1960— para recordar que EE.UU. “quiere hacer sufrir al pueblo cubano”.
Pero la realidad, como siempre, no encaja con el relato. El secretario de Estado Marco Rubio (según informó la prensa internacional) sí había ofrecido ayuda inmediata, y la Embajada de EE.UU. en La Habana confirmó que existen exenciones legales para enviar alimentos y medicinas. Pese a eso, el MINREX negó cualquier ofrecimiento y acusó a los medios de manipular. Días después, Díaz-Canel se despachó con su famosa frase: Cuba aceptará “ayuda honesta”… y llamó “ratas” a los periodistas independientes.
Mientras tanto, organismos como UNICEF y la ONU ya enviaban cargamentos de medicinas y kits sanitarios sin que nadie supiera a dónde iban a parar. La transparencia, parece, es selectiva.
El comentario de Legañoa fue pura propaganda entre los escombros: apeló al sentimentalismo, mostró imágenes de dirigentes embarrados en fango y comparó la “eficiencia socialista” con la supuesta indiferencia de Trump en Puerto Rico. Todo cuidadosamente diseñado para reforzar la narrativa del héroe nacional frente al enemigo imperialista.
Pero fuera de la pantalla, la gente no se lo creyó. En redes, muchos cubanos recordaron cómo en crisis anteriores la ayuda desapareció o se desvió hacia el mercado negro. Proyectos ciudadanos como Dar es Dar intentan canalizar donaciones directas, pero el Estado bloquea cualquier iniciativa que no pueda controlar.
Al final, el mensaje es el mismo de siempre: el enemigo es el otro, nunca el poder. La televisión del régimen sigue cumpliendo su papel de manual, incluso cuando la realidad —y los escombros— dicen lo contrario.






