La comunidad de Los Reynaldos, en el municipio Songo-La Maya, Santiago de Cuba, sigue completamente incomunicada tras el colapso del puente que la conectaba con el resto del territorio. El desastre ha dejado a decenas de familias aisladas y sin acceso terrestre, mientras el régimen intenta proyectar una imagen de control que dista mucho de la realidad en el oriente del país.
El propio ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, reconoció en Facebook que “los daños al puente que da acceso a la comunidad Los Reynaldos han dejado a esta población incomunicada, salvo por vía férrea”. Según dijo, bomberos y trabajadores de transporte “contribuyen a llevar agua y garantizar la vitalidad de esta comunidad”. Pero los testimonios locales revelan que el apoyo llega a cuentagotas y que las autoridades no logran responder con eficacia ante la crisis.
La activista Lara Crofts alertó este domingo que también el poblado de Brazo Escondido, en las montañas del Tercer Frente, se encuentra totalmente aislado por la crecida de los ríos. “La situación es crítica: los caminos están cortados, no hay acceso terrestre ni posibilidad de rescate aéreo porque el terreno es irregular. Las familias están en peligro, sin comida ni medicinas, y tememos por sus viviendas”, denunció.
Crofts explicó que llevan días pidiendo auxilio y nadie ha podido llegar a la zona. Sus palabras reflejan el abandono que sufren los pobladores de esas comunidades olvidadas, donde la ayuda oficial apenas se asoma y la gente sobrevive a fuerza de resistencia y fe.
A estos lugares se suman otras zonas también incomunicadas en el municipio de Guamá, como El Uvero, La Plata, Ocujal y Palmamocha, donde el huracán Melissa arrasó carreteras, puentes y viviendas. El puente de El Uvero colapsó totalmente, dejando a cientos de familias varadas y sin suministros básicos.
Mientras tanto, la presidenta del Consejo de Defensa Provincial, Beatriz Johnson Urrutia, aseguró que “coordinadores del Partido Comunista y del Gobierno provincial permanecen en las comunidades más afectadas”, junto a radioaficionados que mantienen la comunicación. Sin embargo, en los propios reportes del régimen se admite que la electricidad y las telecomunicaciones siguen gravemente dañadas, y que apenas se trabaja en la poda de árboles y el despeje de vías.
En Boca de Dos Ríos, una de las zonas más golpeadas, las penetraciones del mar provocaron derrumbes totales. También se reportan destrozos severos en Cañizo y Caletón, donde decenas de familias lo perdieron todo.
El parte oficial intenta minimizar la magnitud de la tragedia, asegurando que “no hubo pérdidas humanas” y que las embarazadas, ancianos y pacientes nefróticos fueron protegidos. Sin embargo, los datos son imprecisos y el acceso a las zonas más afectadas está restringido, lo que impide confirmar cuántas personas permanecen aisladas o en peligro.
En medio del caos, el pueblo vuelve a enfrentar la ineficiencia, el secretismo y la lentitud del aparato estatal, que prioriza su imagen política por encima del bienestar humano. El huracán Melissa no solo dejó devastación material, sino que también volvió a exponer la fragilidad de un sistema incapaz de responder con humanidad y transparencia ante la tragedia.










