El Ministerio de Salud Pública reconoció lo que ya era imposible esconder: más de 20 mil casos de chikungunya se han registrado oficialmente en Cuba, junto con un aumento preocupante de dengue y otras arbovirosis que mantienen al país sumido en una crisis sanitaria.
La viceministra Carilda Peña García admitió ante la televisión estatal que “el sistema de salud nacional sigue enfrentando una situación epidemiológica compleja”. Según su reporte, las provincias más golpeadas son La Habana, Camagüey, Cienfuegos, Artemisa y Villa Clara, donde se concentran los casos confirmados.
Pero las redes sociales pintan un panorama mucho más dramático. En barrios enteros, los vecinos aseguran que hay familias completas enfermas, sin medicamentos ni atención médica. “Aquí todos tenemos fiebre y dolores, pero nadie viene a fumigar ni a revisar nada”, escribió una residente de Centro Habana.
La propia funcionaria reconoció que la focalidad del mosquito Aedes aegypti —responsable de transmitir el virus— es “muy alta”, y que el 62% de los focos están concentrados en La Habana, Santiago de Cuba, Camagüey y Villa Clara. Un dato que confirma el fracaso de las campañas de control que el régimen presenta como “prioritarias”.
En su intervención, Peña García habló de “búsqueda activa de febriles” y fumigaciones en nueve provincias, pero en la práctica los ciudadanos denuncian que ese servicio se ha convertido en un negocio local: los operarios solo fumigan si se les paga o si hay “orientación de arriba”.
La realidad en los hospitales tampoco mejora. En muchos municipios la gente evita ir a los centros de salud por falta de medicamentos, largas colas y condiciones insalubres. “Prefiero curarme en casa con hojas de fruta bomba y agua de arroz”, contó una usuaria en redes.
Mientras tanto, la viceministra anunció ensayos clínicos en Matanzas con el péptido inmunorregulador Juzvinza, un producto desarrollado por el régimen que se promociona como “alternativo” para aliviar los síntomas del chikungunya. Pero, al igual que otras “soluciones milagrosas”, el anuncio genera más dudas que esperanzas.
El discurso oficial intenta proyectar control y eficiencia, pero en las calles predomina la desesperanza y el cansancio. Los cubanos saben que la falta de medicamentos, los apagones constantes y la escasez de agua crean el caldo perfecto para que el mosquito se multiplique y la enfermedad se propague.
Aunque el régimen reconoció en octubre tres muertes por dengue, los reportes ciudadanos apuntan a cifras mucho más altas, que el gobierno prefiere mantener bajo silencio para no admitir el colapso del sistema sanitario.
En un país donde enfermarse es casi una condena, los cubanos libran una batalla diaria contra los virus, la desidia y el abandono institucional. Mientras el MINSAP habla de “solidaridad internacional”, el pueblo enfrenta la epidemia con fe, remedios caseros y resignación.







