La doble moral de la hija de Alejandro Gil: del lujo en Miramar a exigir justicia televisada para su padre

Redacción

Una nueva investigación del influencer Darwin Santana, publicada en su canal El Mundo de Darwin, sacó a la luz detalles incómodos sobre la vida de Laura María Gil González, hija del exministro de Economía y Planificación de Cuba, Alejandro Gil Fernández, hoy acusado por el régimen de delitos graves como espionaje, malversación y evasión fiscal.

En el video, Santana muestra imágenes de Laura María posando frente a un lujoso automóvil de una empresa registrada como Sociedad Anónima (S.A.), mientras al fondo se distingue una residencia en Miramar, una de las zonas más exclusivas de La Habana. Esa misma casa fue, según el influencer, asignada por el régimen a su padre cuando ocupaba el cargo ministerial. La propiedad cuenta incluso con una cancha privada de baloncesto, símbolo del nivel de privilegio con que vivían los altos funcionarios del aparato económico cubano.

El contraste entre los lujos de esa época y la súbita postura pública de Laura María Gil no pasó desapercibido. En los últimos días, la joven ha reaparecido en redes sociales y medios internacionales exigiendo un juicio televisado, pruebas concretas y transparencia en el proceso judicial contra su padre.

Sin embargo, su repentina defensa choca con el silencio que mantuvo durante años mientras disfrutaba del confort garantizado por la posición de su familia dentro del poder. En artículos anteriores ya se había destacado esta doble cara: la de quien antes vivía sin cuestionar el sistema que le dio privilegios, y ahora —cuando ese mismo sistema cae sobre los suyos— clama por justicia y derechos.

Laura María, quien actualmente trabaja en Grupo Caudal, un conglomerado empresarial que gestiona operaciones de seguros, servicios financieros y controla entidades como Cuba Control (encargada de la auditoría y supervisión de las Mipymes), representa precisamente el tipo de élite que se ha beneficiado de las estructuras económicas que su padre ayudó a diseñar.

Mientras miles de cubanos sobreviven entre apagones, colas y pobreza extrema, la hija del “arquitecto de la Tarea Ordenamiento” posaba junto a carros de lujo y vivía en una mansión privilegiada. Hoy, en cambio, denuncia la falta de transparencia del mismo régimen que durante años le garantizó una vida de comodidades y acceso.

Su súplica pública, aunque legítima desde el punto de vista humano, deja al descubierto la hipocresía de una clase dirigente que solo reclama justicia cuando el sistema se vuelve contra ella. En contraste, el pueblo cubano lleva más de seis décadas pidiendo exactamente lo mismo: juicios transparentes, rendición de cuentas y derechos reales, sin recibir jamás una respuesta.

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