En Aserradero, un pequeño poblado del municipio Guamá, en Santiago de Cuba, una niña con el teléfono de sus padres se convirtió en testigo y voz de su propia tragedia. Entre maderas rotas, paredes caídas y el lodo que cubría lo que antes fue su casa, grabó un video que ha conmovido a todo el país.
Con una mezcla de inocencia y desolación, su voz temblorosa se escucha decir: “Mi gente, mi gente, estoy grabando, miren esto… estas tablas… miren cómo el ciclón Melissa acabó con todo esto.” No hay guiones ni montajes, solo la dura realidad que el régimen intenta maquillar tras cada desastre.
La escena, que se ha vuelto viral en redes, muestra mucho más que los estragos del huracán Melissa. Refleja la pobreza extrema y el abandono en que viven miles de familias cubanas, sobre todo en las zonas rurales del oriente del país. Detrás de cada casa destruida hay una historia que el gobierno no cuenta, porque aceptar la magnitud del daño sería reconocer su propia ineficiencia.
Mientras la televisión estatal repite que “todo está bajo control” y que “las afectaciones fueron mínimas”, los cubanos en los barrios más golpeados siguen esperando ayuda que nunca llega. El Estado, ausente como siempre, deja que sean los niños quienes documenten la miseria y el dolor de sus comunidades.
La imagen de esa pequeña entre las ruinas se ha convertido en símbolo de un país donde la infancia crece entre apagones, hambre y ciclones, aprendiendo demasiado pronto que en Cuba, cuando el viento arrasa, lo único que queda en pie es la resistencia del pueblo.
Su video no solo muestra los escombros de una casa: muestra el colapso de un sistema que ha perdido toda capacidad de proteger a su gente. Una niña con un celular dijo más verdad en un minuto que todos los noticieros del régimen en una semana entera.







