En el barrio El Llano, en San Andrés, Holguín, una madre con discapacidad y su hijo menor de edad sobreviven en una “varentierra” después de que el huracán Melissa destruyera su vivienda. A pesar del desastre y la evidente vulnerabilidad de ambos, ninguna autoridad local ni la Defensa Civil ha acudido a socorrerlos.
El caso fue denunciado en redes sociales por el médico exiliado y activista Alexander Jesús Figueredo Izaguirre, quien compartió imágenes del lugar y el número de contacto de la familia para quienes deseen ayudar. En su publicación, Figueredo describió una escena que duele: madre e hijo duermen sobre el suelo, cubiertos apenas por un techo de guano sostenido con palos, sin agua, sin comida y sin atención médica.
“El régimen habla de ‘victorias’ y de ‘solidaridad revolucionaria’, pero nadie ha ido a verlos”, denunció el médico desde el exilio.
La denuncia desmonta la narrativa oficial sobre la “recuperación” que el gobierno promueve en los medios tras el paso del huracán. Mientras los reportes televisivos insisten en mostrar a dirigentes repartiendo promesas, la realidad es que familias enteras continúan abandonadas, sin un colchón donde dormir ni una lata de leche para sus hijos.
“No hay presupuesto para un colchón o una colchoneta”, ironizó Figueredo, recordando que “Cuba no está bloqueada por nadie más que por su propia dictadura”.
Su publicación encendió las redes. Cientos de usuarios reaccionaron con indignación y tristeza, comparando la situación con las imágenes de pobreza que el régimen prometió erradicar hace más de seis décadas. “Esto parece la Cuba de los años 50”, escribió Karina de los Ángeles Tornés Fonseca, mientras otros denunciaron la indiferencia y el abandono sistemático del Estado.
“Lo más triste es que esa madre y su hijo ya vivían así antes del huracán”, lamentó otra usuaria.
El caso se ha convertido en símbolo del olvido rural en la Cuba de hoy. Las “varentierras”, también conocidas como bahíos o ranchos de vara en tierra, son viviendas campesinas hechas con materiales naturales —palmas, varas, bejucos y troncos— levantadas directamente sobre el suelo. Aunque su diseño rústico puede resistir vientos fuertes, no ofrecen ninguna seguridad ni dignidad a quienes las habitan.
Mientras tanto, el discurso oficial sigue en otro plano. Días después del paso del ciclón, Miguel Díaz-Canel visitó comunidades afectadas en Granma y, con su habitual tono poético, aseguró que “nadie quedará desamparado” y que los cubanos son “resistentes como las palmas que se mantienen en pie”.
Pero las imágenes desde San Andrés y otros pueblos de Holguín desmienten ese triunfalismo vacío. Allí, la “resistencia” se traduce en hambre, miseria y abandono.
En contraste, una ola de solidaridad espontánea ha surgido desde las redes, donde cubanos dentro y fuera de la isla han organizado ayudas para otras víctimas, como Pilar, una anciana de Mayarí que perdió su casa por completo y rompió en llanto ante las cámaras al preguntarse: “¿Dónde voy a vivir, mija, a dónde?”.







