Prensa oficialista reconoce que el «tope de precios» para los alimentos en La Habana se convirtió en otro fracaso repetido

Redacción

Esto no es noticia nueva, sino otra crónica de un fracaso repetido. El régimen cubano volvió a jugar la misma carta: imponer un “tope de precios” para supuestamente controlar el costo de los alimentos. Pero, como siempre, la realidad le pasó por arriba al discurso y la medida se vino abajo antes de que los cubanos pudieran sentir algún alivio en sus bolsillos.

Según un reciente reporte del oficialista Canal Habana, la gobernadora de la capital anunció nuevos precios regulados para los productos agrícolas, con el cuento de “estabilizar el mercado y promover la producción local”. Sin embargo, bastó con escuchar a los propios entrevistados del noticiero para entender que la propaganda y la vida real van por caminos distintos.

Durante un recorrido por la feria de Santa Catalina y Juan Delgado, en el municipio Diez de Octubre, los reporteros recogieron opiniones que desmontan el triunfalismo oficial. Algunos decían que “los precios parecían mantenerse”, pero la mayoría confirmó lo que todo el mundo sabe: los alimentos siguen subiendo y escaseando.

“Cada feria sube algo. El picadillo de pollo ya está en 320 pesos, y hace nada costaba 280”, comentó una vecina. Otra fue más tajante: “El pescado está carísimo y el arroz es una porquería; la cola es interminable”.

Mientras el reportaje trataba de vender una imagen de control y cumplimiento, las declaraciones de los habaneros exhiben el verdadero desastre del modelo económico: los topes no detienen la inflación, los productos desaparecen y el mercado negro se vuelve el único refugio para sobrevivir.

La falta de abastecimiento, los precios dispares entre ferias y la inexistencia de control real son síntomas de un sistema en ruinas, que insiste en soluciones cosméticas en lugar de atacar el problema de fondo. Las amenazas de “mano dura” solo sirven para intimidar a los cuentapropistas, mientras la corrupción y el desabastecimiento campean en las tarimas del pueblo.

En barrios como Arroyo Naranjo, Centro Habana y Marianao, los precios del boniato, el plátano y la carne de cerdo superan por mucho los límites oficiales. Y lo mismo se repite en otras provincias, donde cada intento de “tope” termina empujando a los campesinos a vender por la izquierda o dejar pudrir sus cosechas.

Este “nuevo experimento económico” de La Habana no hace más que confirmar lo que los cubanos vienen gritando hace años: sin libertad de mercado, sin incentivos reales para los productores y sin un Estado que funcione, ningún decreto podrá frenar el hambre ni el alza de los precios.

Porque en Cuba, cuando el régimen dice “control”, el pueblo escucha otra palabra: escasez.

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