El huracán Melissa no tuvo piedad cuando pasó por Cayo Granma. Arrasó con todo como si el pequeño islote fuera de papel, dejando a muchas familias con lo puesto y un dolor que todavía no saben cómo procesar. Entre esas historias durísimas están Rachel y Cecilia, dos mujeres que hoy se aferran a la vida y a la solidaridad de la gente, porque la ayuda oficial simplemente no aparece.
Rachel y su esposo están viviendo una pesadilla que uno nunca piensa que le tocará de cerca. Su casita en Cayo Granma quedó reducida a pedazos. Donde antes había un hogar lleno de rutinas, recuerdos y olor a café, ahora solo quedan restos esparcidos por el suelo. Su testimonio, compartido por la plataforma Conducta Dade, te estruja el alma.
“Estamos aquí dentro de la casa, prácticamente bajo los escombros. No tenemos nada. El ciclón nos arrasó todo, se voló todo el techo, las paredes se cayeron… Perdimos los colchones, lo perdimos todo. Por lo menos tenemos vida”, cuenta Rachel, entre resignación y fuerza.
Ella y su esposo, Eliano, pudieron salvarse gracias a un familiar que los acogió por ahora, pero la realidad es que no tienen ni dinero para comida ni forma de comprar materiales. Aun así, quieren quedarse en el cayo, porque esa es su tierra, su raíz, y el lugar donde sueñan levantarse otra vez. “La situación está muy fuerte”, dicen, y aún así siguen ahí, con la mirada puesta en un futuro que hoy parece lejano, pero no imposible.
Historias como esta se repiten casa por casa en Cayo Granma. Ya era una comunidad que vivía con lo justo, pero ahora muchas familias literalmente lo perdieron todo. Una de ellas es la de Cecilia, quien además de enfrentarse a la destrucción, debe cuidar a su padre de 96 años. Su relato es el retrato puro de la resiliencia cubana.
“Miren las condiciones… el armario, la mesa, la cama, todo lo perdí. Estoy cocinando con leña porque no tengo otro lugar. No tengo medicamentos ni comida. Pero le doy gracias a Dios, porque no perdimos la vida ni mi papá ni yo”, dice. Y uno siente cómo le tiembla la voz, pero también cómo le sigue latiendo la esperanza.
Cayo Granma tiene un acceso complicado, solo por mar. La realidad es dura: si la ayuda estatal ya tarda en llegar a las ciudades, imagínate a un islote apartado, golpeado y olvidado. Allí los vecinos sobreviven como pueden, dependiendo sobre todo de otros cubanos dentro y fuera de la isla que han decidido tender la mano.
Las imágenes difundidas por Conducta Dade hablan solas. Casas destrozadas, familias recogiendo pedazos de lo que fue su vida, caminos llenos de lodo. Pero entre tanta tristeza aparece también lo más bonito del cubano: la solidaridad. Personas escribiendo, donando, compartiendo la información, buscando cómo ayudar sin pensarlo dos veces.
“Gracias a todos los que están apoyando, cada gesto cuenta”, dice la publicación. Y acompañan los contactos de Rachel y Cecilia para quienes quieran ayudar directamente, sin intermediarios ni burocracias.
Mientras la ayuda oficial sigue sin aparecer, Cayo Granma se sostiene gracias a la fe, la dignidad y la humanidad que brota cuando todo lo demás falla. Es la prueba de que incluso entre ruinas, la solidaridad es capaz de levantar lo que un huracán tumbó.










